Risa y aprendizaje: el papel del humor en la labor docente



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Se ofrece seguidamente un extracto de "Risa y aprendizaje: el papel del humor en la labor docente", artículo publicado en el número 66 (23,3), diciembre 2009, de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, del que son autores Eduardo Jáuregui Narváez y Jesús Damián Fernández Solís.



Del estrés a la motivación

La primera ventaja de introducir el humor en el aula tiene que ver con el aspecto placentero de la risa. La risa nos proporciona una de las experiencias más gratificantes de nuestro mundo interior, activando el sistema mesolímbico dopaminérgico, un sistema de recompensas que nos obsequia con placer cuando obtenemos un bien preciado o deseado: un regalo de cumpleaños, un premio de la lotería, o una meta profesional (MOBBS ET AL, 2003).

El humor es una de las maneras más fáciles, rápidas, seguras, económicas y socialmente aceptables de generar una sensación positiva. Los chocolates belgas cansan pronto, la buena ópera no agrada a todos, el sexo es un asunto demasiado privado y los diamantes son caros. No es de extrañar, por lo tanto, que hayan proliferado tantas aplicaciones del humor en distintos campos como la medicina, la psicoterapia, la educación o la empresa.

Está bastante bien demostrado que el humor, al menos cuando consigue estimular la hilaridad espontánea de una persona, proporciona un bienestar emocional a corto plazo. Diversos experimentos han encontrado que los sujetos expuestos a un estímulo cómico (normalmente un video o una grabación audio) experimentan una mejora en su estado de ánimo, más esperanza, mayor interés en una tarea repetitiva, y menos ansiedad, ira y tristeza (MARTIN, 2008). En situaciones de estrés provocadas en el laboratorio, este tipo de estímulos cómicos también reducen, respecto a los grupos de control, la excitación fisiológica asociada con el estrés y aumentan las emociones positivas (MARTIN, 2008).

Estos resultados, junto con otros estudios naturalísticos del humor como estrategia de afrontamiento (HENMAN, 2001), y las teorías y experiencias de psicólogos clínicos como Sigmund Freud (1979) o Albert Ellis (1981), parecen apoyar el uso de intervenciones humorísticas para regular el estado anímico propio y ajeno en todo tipo de situaciones puntuales, entre ellas el contexto educativo. Hay que tener en cuenta que el aula presenta tanto al docente como a sus alumnos, numerosos desafíos que a menudo desembocan en frustraciones, desilusiones, fracasos, tedio, tensión interpersonal y otras fuentes de emociones negativas. Los profesionales de la docencia, de hecho, son uno de los colectivos más afectados por el estrés, la depresión y el burnout (MARTINEZ-ABASCAL, 2007). 

El uso adecuado del humor en el aula, para crear un clima positivo y divertido en el que la equivocación no implica rechazo, en el que las tensiones interpersonales se resuelven con ingenio, y en el que predominan las emociones positivas, sin duda contribuirá a fomentar la salud mental de todos los participantes en el proceso docente. Y más allá de esta visión puramente “terapéutica”, el humor puede también servir para motivar el esfuerzo educativo tanto para profesores como para alumnos. Una clase en la que prolifera la risa y las emociones positivas es un lugar en el que apetece estar, aprender y prestar atención, o, en el caso del profesor, trabajar y enseñar. 

En este sentido es importante distinguir, sin embargo, entre distintos estilos humorísticos, ya que no todos los usos del humor son igualmente “sanos” o “motivadores”. Por ejemplo, en el bullying de patio de colegio, el humor es muy habitual, pero evidentemente se trata de un humor agresivo y destructivo que puede tener efectos muy nocivos sobre la salud mental. Lo mismo podría decirse del uso por parte del profesor de la burla para castigar a un estudiante o poner en evidencia su error. 

Rod Martin y sus colaboradores han identificado cuatro estilos humorísticos, dos de ellos positivos, y dos negativos, que miden mediante una serie de cuestionarios (MARTIN, 2008). Los positivos son el humor afiliativo (bromear para hacer reír a los demás, para facilitar las relaciones y reducir las tensiones interpersonales) y el humor auto-afirmante (reír de las incongruencias de la vida, mantener una perspectiva humorística incluso ante las adversidades, emplear el humor como un mecanismo de regulación emocional). Los negativos son el humor agresivo (ridiculizar, satirizar, reír a costa de alguien), el humor autodestructivo (reírse de uno mismo excesivamente, para "caer bien" a los demás).

Numerosos estudios han encontrado que el humor afiliativo y (especialmente) el auto-afirmante se relacionan positivamente con la autoestima y el bienestar psicológico, y negativamente con la ansiedad y la depresión. El humor autodestructivo, por el contrario, se ha relacionado positivamente con la ansiedad, la depresión, el neuroticismo y diversos síntomas clínicos, y negativamente con el bienestar y la autoestima. En cuanto al humor agresivo, se ha relacionado positivamente con el neuroticismo y la agresividad, y como es evidente (y veremos más adelante), puede tener también consecuencias interpersonales muy negativas.


De la distancia a la cercanía

La tarea educativa presupone una relación interpersonal fluida y cercana. Se trata de una tarea comunicativa, de un intercambio continuo de ideas, conocimientos, emociones y comportamientos. En este sentido, el humor tiene una gran relevancia, porque como numerosos estudiosos han observado, es una de las claves más importantes en la creación y el desarrollo de la cercanía, la intimidad y la confianza interpersonal. El humor suaviza tensiones, reduce barreras y cohesiona grupos. En las palabras del cómico danés Victor Borge, “la risa es la distancia más corta entre dos personas”.

Hay que tener en cuenta que el humor es un fenómeno esencialmente social (MARTINEAU, 1972). Normalmente reímos y bromeamos en compañía, y ambas expresiones comunican mensajes que a menudo tienen consecuencias emocionales e interpersonales: de qué me río, de quién me río, con quién me río. Reírse de una broma concreta, o no reírse, a menudo implica identificarse con un cierto grupo, pertenecer a una cierta cultura o poseer unos ciertos valores. Por otro lado, hacer reír a alguien proporciona un placer y constituye un "regalo" emocional, mientras que burlarse de alguien constituye una agresión o una ofensa. En el ámbito de las relaciones, el humor puede desempeñar un importantísimo papel.

Un "buen sentido del humor" es una de las características valoradas más positivamente por las personas tanto en una potencial pareja sentimental como en una amistad, asociándose con todo tipo de otras características positivas (MARTIN, 2008). Por otro lado, dos personas con una relación de amistad suelen reír juntas más a menudo que dos personas desconocidas (SMOSKI & BACHOROWSKI, 2003). En un experimento, se les pidió a varias parejas de desconocidos del mismo sexo que compartieran una tarea muy divertida, diseñada para generar mucho humor, o una tarea agradable pero no graciosa. Según los resultados de un cuestionario posterior, los participantes que compartieron la tarea más divertida se sintieron más cercanos y más atraídos el uno al otro al finalizar la sesión (FRALEY & ARON, 2004). 

Pero la risa no sólo nos acerca, sino que nos vuelve más generosos con los demás, un efecto que comparte con otras emociones positivas. Por ejemplo, los camareros reciben mayores propinas los días de sol que los días de lluvia, y las peticiones de ayuda (“perdone, ¿tiene cambio de cinco euros?”) tienen más éxito si se sitúan cerca de una cafetería o pastelería de la que emana un buen aroma (BREHM, KASSIN & FEIN, 2002). La hilaridad tiene el mismo efecto: si una persona se ríe, se encontrará más disponible para ayudar (WILSON, 1981). Aunque hay que matizar que se trata de un efecto relativamente efímero –después de algunos minutos, desaparece.

Por otro lado, una de las consecuencias emocionales de la risa es la reducción de la ira, y este efecto tiene el potencial de reducir las tensiones y la hostilidad interpersonales. De hecho, los antropólogos han observado que en muchas sociedades nómadas como la de los pigmeos africanos, las disputas las resuelve una especie de “payaso” de la tribu que hace de moderador y de juez, y cuyas herramientas principales son el ingenio y las bufonadas que emplea para hacer reír a las partes enfrentadas y a toda la tribu (TURNBULL, 1965, p.182). Y muchos educadores han comprobado en su propia experiencia que el humor es también en el aula una de las mejores maneras de desactivar una situación emocionalmente explosiva.

La cercanía que produce el humor positivo contribuye a otro de los efectos conocidos del humor: su capacidad para potenciar la eficacia comunicativa (MARTIN, 2008). El docente que cuenta un chiste o emplea un recurso divertido a menudo consigue atraer poderosamente la atención de sus estudiantes. Incluso se ha podido comprobar que se produce un efecto mnemónico: los elementos divertidos resultan también más memorables. Sin embargo, en este caso, hay que tener en cuenta que este efecto es un arma de doble filo, porque el humor empleado hace que las partes no humorísticas del discurso se recuerden peor (SCHMIDT, 1994). Por lo tanto, el humor debería ser siempre relevante al tema que se trata y emplearse juiciosamente, para realzar los puntos clave de la lección.

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Este artículo puede consultarse a texto completo en "El optimismo", número 66 (23,3), diciembre 2009, de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, monográfico coordinado por María Pilar Teruel Melero, José Emilio Palomero Pescador y María Rosario Fernández Domínguez, páginas 203-215.





















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