Ayudando a construir la felicidad. Los educadores y la ayuda al crecimiento personal









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El educador es aquel que es apto para detectar lo positivo en alguien y sus resortes para avanzar… De su profundidad podrá nacer una mirada positiva apta para regenerar a los seres y dinamizarlos para la existencia… Mirad suficientemente a cada uno, hasta que se despierte en vosotros ese tipo de mirada profunda capaz de llamar a existir… Esa mirada creadora es particularmente necesaria a los fatigados de la vida, a los decepcionados de sí mismos, a los que no-existen…”

André Rochais



Ayudando a construir la felicidad. Los educadores y la ayuda al crecimiento personal

En la actualidad, muchos educadores se sienten presionados, frustrados, agotados y quemados por la responsabilidad, el exceso de trabajo, la conflictividad en las aulas, las preocupaciones y los miedos. Si los educadores viven insatisfechos e infelices, desanimados y pesimistas ante la vida y su tarea como educadores, ¿cómo podrán ayudar a los estudiantes a vivir con esperanza, alegría y confianza en sí mismos y en el futuro? ¿Cómo lograrán educar si no viven entusiasmados con la vida, si no la pueden saborear como una oportunidad de aprendizaje, de descubrimiento y disfrute permanentes? En definitiva, si los educadores no vivimos la alegría y no nos sentimos felices y satisfechos con nosotros mismos y con nuestra vida: ¿cómo podremos ayudar a otros para que experimenten el deseo y la alegría de vivir?, ¿cómo ayudarles a crecer y convertirse en adultos, en personas?

Por otra parte, nuestra escuela es muchas veces lugar de sufrimiento para profesores y alumnos. Para los unos fuente de estrés y frustración, para los otros ocasión de aburrimiento y desconexión con la vida. Con frecuencia la escuela fomenta la competitividad, el rendimiento, la pasividad, el cumplimiento ciego de las normas y la obediencia, olvidando a veces que los alumnos son personas, con sus valores, capacidades, necesidades y límites.

Por todo ello, es muy importante que los educadores lleven a cabo un proceso de crecimiento personal, a través del cual puedan trabajar en la construcción de su bienestar, de su felicidad y de su propia maduración como personas. Desde ahí, desde su solidez personal, podrán contribuir a que sus alumnos y alumnas aprendan a ser más positivos y felices. Este trabajo sobre uno mismo permite vivir más sanos, optimistas y estables emocionalmente, así como desarrollar las propias potencialidades. Aprendiendo a mirar lo más positivo de nosotros mismos y de nuestra vida, viviremos con más bienestar, alegría y felicidad, y podremos acompañar mejor a nuestros alumnos en este proceso (FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, 2005).

Entendemos que es necesario caminar hacia una formación integral de los profesionales de la educación de todos los niveles del sistema educativo. En este sentido no podemos quedarnos en la mera transmisión de contenidos, sino que es necesario ir más allá y trabajar para formar profesores y educadores comprometidos, reflexivos, críticos, flexibles, tolerantes, emocionalmente sanos, entusiasmados, positivos y felices. Por ello es necesario que a lo largo de sus procesos de formación inicial y permanente tomen conciencia de su misión: ¿Formar personas sumisas y adaptadas al pensamiento dominante? ¿Transmitir el conocimiento? ¿Estimular el desarrollo de la inteligencia? ¿Educar las emociones? ¿Formar seres humanos libres y comprometidos con la realidad? ¿Enseñar a pensar y a interpretar el mundo con criterio propio? ¿Educar la personalidad integral de los estudiantes?

Entendemos que la labor del educador es acompañar al educando en su proceso de crecimiento; ayudarle a pasar de su inicial desprotección y dependencia a la madurez personal, y a que desarrolle todos los ámbitos de su personalidad: intelectual, emocional, afectivo, de relaciones interpersonales, etc.; estimularle para que adquiera valores, creencias, conocimientos y formas de hacer; prepararle para la vida en sociedad, para que adquiera autonomía y sepa tomar sus propias decisiones. Educarle, en fin, para que desarrolle todas sus potencialidades y llegue a ser lo que es; y también para que sepa descifrar lo que siente y para que aprenda a valorar su cuerpo y escucharlo (FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, 2005, 2007, 2009; PALOMERO PESCADOR & FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, 2005). En definitiva, entendemos, coincidiendo con la propuesta que hace en su informe a la UNESCO la Comisión Internacional sobre la educación para el Siglo XXI (DELORS, 1996), que hay que educar para aprender a conocer, a hacer, a proyectar, a convivir, a sentir y a ser.

Todo ello es fundamental para formar personas satisfechas consigo mismas y con la vida, dispuestas a comprometerse con los demás y capaces de vivir una existencia feliz y con sentido, a pesar de las dificultades inherentes a la misma.

En primer lugar defendemos la importancia de que los educadores aprendan a ver al niño o al adolescente en quien es, sin exigirle más allá de lo que puede dar, contemplándolo en sus riquezas y posibilidades, que a veces no coinciden con lo que el educador espera. Es importante que se sienta satisfecho con sus avances, y reflejárselo; ayudarle a utilizar su inteligencia para que vea con claridad la realidad; a ejercitar su libertad y a tomar sus propias decisiones, acordes con su edad y posibilidades; acompañarle en la construcción de su voluntad, para poder llevar a cabo aquello que decida; y finalmente, contribuir a que construya una imagen realista de sí mismo, sin encerrarle en una visión idealizada, en lo que nosotros deseamos de él o en la etiqueta que le colocamos.

Es esencial que los educadores tomen conciencia de la importancia que tiene estimular al alumno a que exprese sus ideas y opiniones, o aquello que desea o le frustra, sin censurar ni reprimir, con una actitud de respeto y escucha; ayudarle a sentir y a expresar lo que siente, a canalizar sus emociones o, simplemente, estar a su lado, acogiéndole. Finalmente es importante ayudarle a tener en cuenta su cuerpo y cuidarlo, así como a elaborar una imagen realista de si mismo, sin etiquetarle ni encerrarle en lo que socialmente es valioso.

Es fundamental que los profesores comprendan la importancia de estimular al alumno a estar en contacto consigo mismo, para que vea lo que es positivo para él, lo que le construye, le deja en paz y a gusto o, por el contrario, le intranquiliza. Y ayudarle a disfrutar, a vivir cada momento como algo especial, como algo único y valioso, a comprender lo que le va bien, aunque no sea lo que se valora en su ambiente y, finalmente, ayudarle a tener actitudes positivas hacia sí mismo y la vida.

En segundo lugar, los educadores deberían comprender qué necesidades es importante que satisfagan sus alumnos para que su personalidad se desarrolle de forma sana y puedan vivir felices y satisfechos. Además, que tomen conciencia de las actitudes que favorecen el crecimiento de niños y adolescentes, que en realidad son importantes en cualquier relación personal y para ayudar al crecimiento a todo tipo de personas. Adquirir estas actitudes es algo lento que se hace a través de un largo camino de aprendizaje vivencial, que implica un análisis en profundidad del propio mundo interior, que va a ir conduciendo de manera progresiva a un cambio sustancial en las actitudes que se viven hacia uno mismo y hacia los demás.

Estas actitudes permiten vivir y mirar a los otros de un modo renovado. Entre estas actitudes, las fundamentales son las siguientes: autenticidad en la relación, saber escuchar en profundidad, generar una relación de persona a persona, manifestar cariño, respetar, tener fe en las posibilidades y potencialidades del alumno, no juzgar, criticar ni etiquetar, tener paciencia, no imponer y ayudarle a decidir por sí mismo (FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, 2005).

Finalmente, es muy importante que los educadores hagan un trabajo personal que les ayude a tomar conciencia de sí mismos y de su forma de funcionar, de lo que favorece o entorpece su vida, de la actitudes que viven, etc. (JIMÉNEZ GÓMEZ, 2004; FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, 2005).

Todo esto debería estar incluido en la formación de los educadores, poniéndolo en práctica en las aulas universitarias. Para ello es necesario crear en el aula un contexto que permita a los profesores en formación ser ellos mismos, crecer a nivel personal, valorarse y comprometerse, para que, en un futuro, puedan ayudar a niños y adolescentes a crecer como personas.

En mis clases, intento crear un clima relajado y tranquilo, libre de juicios y cargado de escucha, comprensión y respeto, en el que todos pueden participar, enriqueciéndose unos con otros, pudiendo ser ellos mismos sin temor a ser valorados. Un clima de aceptación de todos y de compromiso y gusto con lo que hacemos, fomentando el placer del conocimiento, abierto a cualquier propuesta que pueda enriquecernos, que acoge sus planteamientos con una actitud de aprender de todo y de todos. Estoy convencida de que lo que genera un ambiente propicio para el trabajo es el vivir actitudes constructivas. Por ello me muestro cercana, les acojo y escucho en sus dudas, anhelos y dificultades, respeto sus vidas y sus puntos de vista, me preocupo por ellos, les ayudo y acompaño y les miro en su valor.

Las materias que imparto, Psicología de la Personalidad, Desarrollo Sociopersonal, Psicología de la Educación y Formación Personal (esta última dentro del Postgrado en Psicomotricidad y Educación de la Universidad de Zaragoza), son especialmente importantes para ayudar a los estudiantes a mirar dentro de sí mismos y a su alrededor, y a encontrarse con el despliegue de la vida en los otros y en ellos mismos. Siento que son un medio privilegiado para que aprendan a escucharse y a escuchar a otras personas que buscan y se interrogan en torno a la vida y a ellas mismas, que tienen dificultades y sufren a veces, pero que se divierten, comparten, aman y disfrutan de la vida. Percibo que contribuyo a que se despierte la vida en ellos, que crecen en respeto y escucha, que se interesan y asombran, que se produce la comunicación sincera y que confían en mí. Poco a poco participan y se van abriendo a la asignatura, a los compañeros y a si mismos.

Creo en el valor de la educación para que las personas “aprendan a ser lo que son”. Por ello concedo mucha importancia a mi trabajo en formación de educadores, porque estoy convencida de que, si en mis clases consigo “alcanzar” a los estudiantes, algo de lo vivido lo van a transmitir cuando estén frente a sus alumnos u otras personas. Puedo ayudar a mis alumnos a crecer y a ser más concientes de ellos mismos y de su misión como educadores. Por eso quiero transmitirles mi visión del ser humano y su desarrollo, que sientan la importancia de lo que hacemos o dejamos de hacer; y también que comprendan que no da igual cómo lo hacemos.

Es fundamental la relación que establezco con la materia y con los estudiantes. Entiendo los contenidos como algo dinámico, que está relacionado siempre con ellos, con sus vidas, con sus aconteceres, con lo que sienten y anhelan, con lo que les frustra o les hace gozar. Es muy importante para mí abordar los contenidos desde su experiencia, que se hace viva junto a las experiencias de otros. Y esto les permite reflexionar, comprender, observar, sentir y compartir lo que viven, crecer en definitiva. A través de los contenidos de la asignatura puedo ayudarles a descubrir al ser humano de todos los tiempos, en su anhelo de comprenderse desde diversas perspectivas, una pasión que compartimos todas las personas.

En las clases les transmito mi visión del ser humano, lleno de potencialidades y capacidades, mi creencia en su fondo positivo y en sus posibilidades de despliegue, ayudándoles a encontrar ese mismo fondo en ellos. No refuerzo una visión ataque-defensa de la persona, y estoy ahí, junto a ellos, procurando ser yo en cada momento, con calma y paciencia, mirándoles desde una actitud de no juicio, de tolerancia, respeto y cuidado por sus vidas, y creyendo en sus posibilidades. Y esto da resultado, da muchos frutos, aún en el corto espacio de un cuatrimestre y en el contexto de una asignatura.

Por otra parte es primordial el gusto por lo que hacemos y transmitimos, y estar convencidos de su valor, entusiasmarnos y entusiasmar, contagiando la pasión por el conocimiento y por el ser humano. Y esto es contagiar las ganas de vivir siendo personas en proceso de crecimiento. Procuro ser auténtica en la relación y les invito a hacer lo mismo. Y es sorprendente el nivel de compromiso, escucha y respeto que se alcanza en el grupo.

Como dice una de mis alumnas: “Durante el desarrollo de las clase me he sentido muy a gusto. He podido hablar delante de mis compañeros sin vergüenza alguna y sin temor a lo que pensaran de mí. Soy una persona bastante tímida, pero en este grupo, gracias al ambiente que se ha creado, he conseguido sentirme como una más y disfrutar de los momentos que he vivido en clase. Me han gustado las conversaciones interesantes, las aportaciones personales de cada uno, el poder hablar de nuestros sentimientos y expresar nuestras ideas… Todo ha sido muy útil para el aprendizaje de la asignatura y para mí como persona”.

Uno de los principales objetivos de mis clases es fomentar en los estudiantes la formación integral de su personalidad, favoreciendo su proceso de crecimiento personal. Ayudarles a comprenderse, a conocerse y a hacerse conscientes de todo lo positivo que hay en ellos, a ser más dueños de sus emociones y de sus vidas y a ser ellos mismos y felices. Este objetivo se fundamenta en mi convencimiento de que es fundamental que el profesorado tenga una solidez personal desde la que pueda hacer frente a las situaciones conflictivas, a los procesos transferenciales en el aula; que le permita mantener la serenidad ante sus alumnos y ser un punto de referencia seguro para ellos, y que le ayude a tener unas actitudes positivas ante niños, adolescentes y jóvenes y su proceso de crecimiento.

En este sentido, creo que es muy importante que los profesores y profesoras sepan “ver” a los alumnos en su riqueza, en lo que son, que sepan reconocer todo lo que de positivo y genuino lleva dentro cada uno. Es fundamental que les valoren y que confíen en ellos (BARLOW, 2005). Sólo podrá confiar en sí mismo el niño que ha visto que se confía en él y que se le valora en lo que es, que tiene su hueco, su lugar. Y también es importante el amor incondicional del profesor y las actitudes de respeto, escucha, atención, cuidado y paciencia. Es evidente que el profesor maduro, que sabe ver al alumno, que confía en él, que tiene todas las actitudes positivas de respeto y cuidado por su crecimiento, va a ser un auténtico revulsivo, va a ayudar a que éste crezca, se conozca, decida de acuerdo a sí mismo y no tenga necesidad de actuar para buscar aprobación, porque ya es aceptado tal cual es.

A modo de ejemplo, resumo una sesión en torno a las necesidades del niño y del adolescente. Con ella pretendía que los estudiantes tomaran conciencia de las principales necesidades que un niño o adolescente debe satisfacer para que se produzca un desarrollo armonioso de su personalidad. También que tomaran conciencia del importante papel del educador en la satisfacción de estas necesidades y que les sirviera para conocerse en el modo en que estas necesidades han sido satisfechas o no durante su proceso de crecimiento. Finalmente, intentaba estimular la expresión personal ante los otros y algunas actitudes como la autenticidad, el respeto, la escucha y el no juicio.

Comencé planteándoles que es muy importante que el educador atienda las necesidades básicas del niño o del adolescente, puesto que su satisfacción es esencial para que se produzca un desarrollo armónico de su personalidad. Les entregué un texto de unas tres páginas en el que se desarrollaban las principales necesidades del niño y del adolescente desde una perspectiva humanista: ser reconocido, ser amado incondicionalmente, sentirse seguro, ser tratado como niño y no como mini-adulto, realizar aprendizajes y ser él mismo.

Tras la lectura, les pedí que escribiesen unas breves líneas en las que analizasen lo que este texto les despertaba, indicándoles que no lo hiciesen sólo desde una perspectiva cerebral, sino que tratasen de sentir y de analizar su vivencia puesto que, como decía Rogers, el aprendizaje que tiene lugar desde la nuca hacia arriba y que no involucra sentimiento o significación personal no tiene relevancia para la persona total.

Les suelo plantear las clases de este tipo de una forma abierta, de manera que les doy posibles ideas para escribir, insistiéndoles en que tan sólo son “pistas”, que las posibilidades son múltiples, que cada cual tiene su vivencia y que ninguna es mejor que otra. Por lo tanto, les digo, “seguramente a vosotros se os van a ocurrir otras muchas cosas de las que yo no he hablado”. Les sugiero varias posibilidades en forma de preguntas: ¿Cuál ha sido vuestra vivencia personal en el colegio, en el instituto o en la familia? ¿Qué efecto ha tenido en vosotros? ¿Cómo sentís que han sido satisfechas vuestras necesidades? ¿Qué os dice este texto como futuros educadores? ¿Os hace replantearos vuestro concepto de educación? ¿Os cuestiona de alguna manera vuestras relaciones personales? ¿Qué sentís después de su lectura? ¿Habéis aprendido algo sobre vosotros mismos?

A continuación, los estudiantes escriben tranquilamente y, de manera libre, van compartiendo sus vivencias, estableciéndose un diálogo rico e interesante. Algunos incluso comparten descubrimientos y experiencias personales. Se producen frecuentemente tomas de conciencia, expresándose a veces las emociones que las mismas acarrean. Transcribo seguidamente varios fragmentos de sus escritos, redactados por los estudiantes que participaron en la sesión que estoy comentando:

- Ser reconocido: “En la adolescencia creía que lo fundamental era comprender como me veían los otros, para cambiar lo que no les gustaba. Creo que tenía mucha inseguridad. Un profesor confió en mi y me ayudó, en un momento difícil de mi vida, a ver mi valor y aceptarme tal como soy”.

- Ser amado: “He aprendido cómo hay que tratar a las personas. Escuchar sin juzgar. A los niños es importante quererles, ser un poco como sus padres. Así podrán confiar en nosotros. Lo que pensamos de nuestros alumnos influye en cómo se comportan. Si un niño se cree “malo” y siempre le están castigando, aunque tenga potencial se va a quedar ahí si no le ayudamos a que lo saque”.

- Sentirse seguro: “Gracias al espacio que se ha creado, sin juicios ni evaluaciones, en el grupo he podido entablar verdaderas relaciones humanas con mis compañeras y con la profesora, basadas en el respeto y en la escucha. Hemos debatido y compartido nuestros puntos de vista, enriqueciéndonos unas a otras. Realmente, las clases resultan un remanso, una verdadera terapia. Se han reforzado mis deseos de hacer cosas que hace tiempo tenía aparcadas. Me permite aprender con gusto y dedicar tiempo a mi desarrollo interior. No es como en las clases que te obligan a dejar aparcadas tus experiencias y emociones de cada día, para concentrarte en una tarea meramente intelectual y solo por obligación de cumplir con tu responsabilidad”.

- Vivir exigencias adaptadas a su nivel de madurez: “Hay que dejar que los niños vivan su infancia, sin pretender que respondan como a veces ni siquiera los adultos somos capaces responder, y tener mucha paciencia con sus equivocaciones. He aprendido algo que me ocurre en el día a día: cuando me equivoco y fallo en alguna cosa que esperaba hacer, me duele y me da mucha rabia y veo que me exijo demasiado. Voy a intentar no enfadarme y buscar otro camino para llegar a lo que quería. También será importante para mí ir dejando de lado los productos, para centrarme más en el cómo y en disfrutar lo que hago”.

- Aprender los distintos saberes: saber hacer, saber ser, saber vivir (convivir) y saber de conocimientos: “Es increíble que podamos influir tanto en los niños. He visto lo importante que es educar las emociones, que a veces se olvidan en la escuela para explicar tan sólo contenidos. Muchas veces negamos sentimientos por miedo a ser rechazados, o porque nos da vergüenza sentir ciertas emociones. Esto nos hace tener una imagen negativa de nosotros mismos y no nos permite ser ni sentir lo que somos y sentimos. Al no aceptarnos, tampoco aceptamos a los otros”.

- Ser estimulado a construir la propia identidad: “Ha sido muy estimulante y gratificante la actividad de contar nuestro mayor deseo, para que vean lo que somos. Ver como la gente espera lo que le vas a decir y como te miran a los ojos con gratitud hacia tus palabras es algo muy bonito. Casi tanto como escuchar que personas que te conocen de unos pocos meses y de unas horas a la semana puedan decir tantas cosas de ti, que mucha gente que te rodea ni tan siquiera ve”.

Al final les propongo que expresen la sensación dominante que les queda de la clase. Es así como acceden de nuevo a la variedad de vivencias propias y de sus compañeros: alegría, tranquilidad, miedo a no saber hacerlo bien, calma, esperanza, aquí hay “madera”, respeto, ahora nos toca a nosotros, preocupación, responsabilidad, ganas de más ...

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