La muerte del intelectual (Terry Eagleton). Otra universidad es posible


Según Noam Chomsky, uno de los mejores intelectuales públicos del siglo XX, la tarea del intelectual no es ‘decirle la verdad al poder’, porque el poder, al fin y al cabo, ya sabe la verdad. Los poderes que determinan nuestro destino saben bastante bien qué se traen entre manos la mayoría de las veces y continúan actuando de la misma forma aunque sepan que se trata de una mezquindad moral o de algo escandalosamente indefendible. Ellos no necesitan saber lo que ya saben. Son sus intereses los que deben ser atacados, no sus opiniones.

Por otra parte, según la argumentación de Chomsky, no son los gobernantes quienes necesitan la verdad, sino quienes son gobernados. El rol de la izquierda intelectual es servir a los dominados, no a los dominadores. La cuestión, en concordancia con un comentario de Marx, no es comprender el mundo, sino transformarlo, aunque también es verdad que nadie ha cambiado un mundo que no se comprende y acá es dónde los intelectuales juegan un papel. O, si se quiere, las universidades.

El problema, sin embargo, es que actualmente hay muy pocos intelectuales en las universidades. Lo que más abunda son personas a quienes se les llama académicos, pero eso es diferente. Los académicos se pasan la vida investigando problemas tan cruciales como el sistema vaginal de una pulga (título de una tesis doctoral de Cambridge), mientras que los intelectuales tienen a su cargo una tarea mucho más ardua: Hacer que las ideas se reflejen en la sociedad como un todo y ayudar a comprender el mundo para transformarlo.


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