Rodolfo Llopis: un aire de modernidad en la Cuenca de los años veinte


Clotilde Navarro y José Luis Muñoz (2007). Rodolfo Llopis, un aire de modernidad en la Cuenca de los años veinte. Cuenca: Ediciones de la Diputación Provincial.


Cualquier trabajo histórico que fije su atención en la España contemporánea, especialmente si se refiere al período de la II República y la guerra civil, y especialmente si se presta interés a las cuestiones educativas tan importantes en esa época,
tiene que mencionar necesariamente, y no una sola vez sino varias, el nombre de Rodolfo Llopis. No en vano, las reformas iniciadas entonces no sólo vinieron a dar un vuelco capital al sistema escolar español, sino que sentaron las bases de todo lo que habría de suceder después.

Si atendemos al escalafón jerárquico, la figura de Rodolfo Llopis quedaría difuminada entre la maraña de nombramientos administrativos y políticos, pues no pasó del cargo de Director General durante el primer periodo republicano, puesto al que renunció para, después, dedicarse sólo a su dimensión representativa como diputado.

La guerra, pero sobre todo la postguerra franquista, le llevó al exilio y allí le cupo asumir la dirección del PSOE y finalmente el rol de presidente del gobierno republicano en un papel simbólico con el que se pretendió mantener la legitimidad utópica del poder democrático clausurado por los vencedores de la guerra civil.

En la etapa agónica del franquismo quiso mantener aún viva su función de dirigente de los socialistas, pero el congreso de Suresnes (1972) impuso la realidad promovida por los jóvenes del interior y el tandem Felipe González - Alfonso Guerra le arrinconó a una dimensión nostálgica del pasado; aún volvió a España para encabezar el que fue llamado PSOE histórico, que no obtuvo ningún respaldo en las urnas, ahogado por la fuerza emergente del nuevo socialismo. Desilusionado, Llopis volvió a su exilio francés, donde murió habiendo asumido, quizás, la gran lección de que el pasado y los recuerdos no tienen mucho que hacer ante la fuerza irresistible del presente, y que, finalmente, una retirada a tiempo es la mejor forma de ganar el respeto de todos.

Pero esos errores modernos no empalidecen en forma alguna la personalidad del Director General de Enseñanza Primaria en los dos primeros gobiernos de la República, con Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos al frente del ministerio responsable de la educación. Rodolfo Llopis (Callosa de Ensarriá, Alicante, 1895 - Albi, Francia, 1983) fue el responsable de dirigir e impulsar no sólo las reformas legales que por vía parlamentaria emprendieron el laborioso camino de modernizar el sistema educativo español, anquilosado durante siglos de abandono, sino también de abordar reformas en su dimensión más práctica, aquella que afecta a los edificios escolares, a los medios didácticos puestos al servicio de la enseñanza y a la dignificación del papel de los maestros, el más sufrido y maltratado de todos los gremios profesionales de la administración pública española. Cuando se dice, reiteradamente, que en esos apenas dos años de gestión (1931-1933) se crearon más escuelas y se convocaron más plazas de maestros nacionales que en todo el siglo anterior, se está reconociendo la grandeza de la atención prestada por la República a este segmento del bienestar público y también el mérito de la persona que estuvo detrás de todo ello.

Todas estas cosas son sabidas y aparecen recogidas en cualquier manual generalista o trabajo monográfico sobre la historia del periodo republicano. El valor original del libro que comentamos aquí reside en que fija su atención en la figura de Llopis antes de convertirse en personalidad destacada en un puesto de alta responsabilidad, esto es, en el periodo comprendido entre 1919 y 1931. En la primera fecha citada, Llopis ha terminado sus estudios y ganado la oposición para ocupar la cátedra de Geografía en la Escuela Normal de Maestros de Cuenca, a la que llega con tan sólo 24 años de edad.

Pero no fue sólo un profesor academicista, limitado a cumplir sus obligaciones en el aula. En Rodolfo Llopis, un aire de modernidad en la Cuenca de los años veinte, sus autores, Clotilde Navarro (actualmente profesora titular de Teoría e Instituciones Contemporáneas de la Educación en la misma Escuela de Magisterio en la que trabajó Lllopis) y el periodista José Luis Muñoz, han rastreado y puesto al descubierto cómo el joven profesor normalista se implicó activamente en la vida de la ciudad. Tras un par de años de aparente anonimato, mientras lo imaginamos tomando tierra, conociendo el ambiente cerrado y opaco de Cuenca, tan distinto al de su mediterranea tierra natal, y tan impermeable a las ideas renovadoras que estaban gestándose en España, el silencioso y anónimo profesor sale a la luz y lo hace de una manera impetuosa y con tan variados matices que prácticamente no le queda ningún aspecto por cubrir: conferenciante, articulista en periódicos locales, corresponsal de los nacionales, autor de libros, promotor de actividades en la naturaleza, impulsor de entes locales como el Ateneo, el Museo de Cuenca o la Asociación de la Prensa, autor de la primera guía de Cuenca (1923) de carácter turístico y, por fin, ya en el territorio que habría de impulsarle a la órbita nacional, fundador del Partido Socialista en Cuenca y concejal en el Ayuntamiento.

Todo ello lo compaginó con su actividad docente, que incluye viajes de formación en el extranjero, edición de libros de carácter pedagógico y activa participación en empresas como la Revista de Escuelas Normales, que dirigió desde Cuenca entre 1927 y 1929, sin olvidar su presencia en la logia "Antenor", que fundó y en la que integró a un pequeño grupo de masones conquenses.

Esa es, a grandes rasgos, la enorme contribución de Rodolfo Llopis a Cuenca durante aquellos vitalísimos doce años en que si por un lado se consolidó su personalidad tanto intelectual como política, por otro lado se convirtió, de manera fehaciente, en un elemento dinamizador de los apagados ánimos conservadores de la ciudad en que había fijado su residencia. No hay nada antes de él que refleje en Cuenca un entusiasmo similar por acoger ideas de renovación y progreso; a ese impulso sucedió, tras su marcha, el retorno a la apatía y el conformismo que marcará la vida de la ciudad hasta casi finales del siglo XX.

En el libro que comentamos, sus autores recuperan para el conocimiento colectivo unos años y una actividad que apenas han merecido más que unas líneas en otro tipo de tratados. Podría decirse, recogiendo un tópico al uso, que la relación de Rodolfo Llopis con Cuenca es un periodo vacío en la biografía del político, como si nada hubiera pasado antes de su llegada en 1931 a la Dirección General de Enseñanza Primaria, pero también como si nunca hubiera estado en Cuenca, puesto que su nombre fue rigurosamente silenciado durante todo el periodo franquista. Recuperada la democracia, tampoco gozó de otros favores, oscurecido también su nombre por el nuevo socialismo emergente con escasas ganas de recuperar a alguien que había sido defenestrado en aras de la renovación. Sólo en los últimos años el nombre de Llopis ha vuelto a salir a la luz en la ciudad en que vivió y trabajó; a ello contribuye este volumen, que analiza de manera detallada los diversos aspectos de la personalidad, la dedicación y el trabajo de Llopis y que se completa con una curiosa -e importante- colección de artículos publicados por él en el diario madrileño El Sol, del que fue corresponsal en Cuenca.

De los más de cien artículos publicados en aquella época, los autores han seleccionado una treintena que dan cabal idea de cómo entendía Llopis su labor de corresponsal en provincias. Hay algunos de tipo turístico, entonces un fenómeno en ciernes, al que contribuye exponiendo a los lectores del más importante periódico español de la época cómo son algunos monumentos y espacios naturales; otros tienen marcado carácter crítico y reivindicativo, como los alusivos a las pésimas comunicaciones por carretera o a la conflictiva problemática del ferrocarril. Hay artículos, naturalmente, de carácter educativo, donde se manifiestan ya las preocupaciones que a partir de 1931 mostrará de manera abierta sobre la escuela, los maestros, las necesidades docentes y, en definitiva, la enseñanza como el primer y gran problema nacional. Y saca a la luz pública de la prensa española cuestiones domésticas que, sin su aportación, hubieran pasado totalmente desapercibidas, como el desastre de la invasión carlista de 1875, la personalidad de Lucas Aguirre o el drama de una pobre mujer condenada a muerte y con sus facultades mentales deterioradas. Es Rodolfo Llopis un cronista de prosa clásica y elegante, de expresión directa, muy capaz de transmitir emociones más que noticias. Rastrea la realidad de una triste provincia del interior, secularmente olvidada, y pone de relieve sus matices, las virtudes derivadas del trabajo y el sacriificio, el poder oculto de sus riquezas naturales.

Todo ello, tanto el análisis riguroso de la presencia de Llopis en Cuenca como la selección de las crónicas de El Sol, prestan a este libro de Clotilde Navarro y José Luis Muñoz un singular valor porque ayuda a conocer un aspecto hasta ahora inédito de la personalidad de una figura notable de la vida española contemponránea, a la vez que viene a completar nuestro conocimiento colectivo sobre matices ignorados de este periodo.


Julia Grifo Peñuelas


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