La Educación Emocional, una revolución pendiente


Introducción

Sirva este breve artículo para presentar la segunda edición del número 54 [volumen 19 (3), de diciembre de 2005] de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (RIFOP), coordinado por las profesoras M.ª Rosario Fernández Domínguez y M.ª Pilar Teruel Melero, en el que han colaborado prestigiosos especialistas en inteligencia emocional. Una vez agotada su primera edición, hemos decidido reimprimirlo de nuevo (mayo de 2007), aunque tan sólo enviaremos a imprenta su sección monográfica, la misma que el lector tiene ahora en sus manos, integrada por 256 páginas dedicadas a analizar diferentes dimensiones y aspectos de la educación emocional, una revolución necesaria en las aulas y, desde luego, aún pendiente.

Por otra parte, es ésta la primera vez que la RIFOP publica, tras agotarse, una segunda edición de uno de sus números, algo que ocurre en una fecha especialmente significativa para quienes hacemos esta revista, al coincidir con su vigésimo aniversario. Efectivamente, el número cero de la RIFOP [continuación de la antigua Revista de Escuelas Normales (1922/1936)], fue presentado en la ciudad de Teruel el día seis de abril de 1987, en el contexto del III Seminario Estatal de Escuelas Universitarias de Magisterio. Fueron estos Seminarios, y en particular el celebrado en Valladolid en 1985, el auténtico caldo de cultivo que propició el nacimiento y posterior desarrollo de esta revista, que durante sus inicios (una de las etapas más difíciles y complejas de cualquier publicación científica), tuvo su Sede Social en la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de EGB de Teruel. La RIFOP siempre estará agradecida a ese centro, hoy ya convertido en Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Sin su apoyo inicial difícilmente habría salido adelante.

La educación emocional llega a las aulas

Quizá no sea una mera coincidencia la reimpresión del presente volumen. En efecto, aunque la psicología y la pedagogía descubrieron hace mucho tiempo que los procesos educativos no deben pivotar exclusivamente sobre los objetivos disciplinares y académicos, es en el momento actual cuando la educación emocional está llamando poderosamente la atención de la comunidad científica y del público en general. Y ello a pesar de que los centros de enseñanza continúan centrando su interés en la formación de la cabeza, olvidando casi por completo educar los corazones, prestar atención al mundo emocional, que tanto afecta a todos los procesos y espacios educativos. A pesar también de que la revolución emocional es una vieja reivindicación pedagógica: ya decía Neill, padre de Summerhill, que la escuela enseña a pensar, pero no enseña a sentir, que necesitamos corazones, no solo cabezas en la escuela; ya destacaba Rogers, padre de la psicología humanista, que el aprendizaje que tiene lugar desde la nuca hacia arriba y que no involucra sentimiento o significación personal no tiene relevancia…

No nos cabe la menor duda de que el objetivo prioritario y fundamental de la educación es conseguir un desarrollo integral, armónico y equilibrado de la personalidad de niños, adolescentes y jóvenes. Lo vienen resaltando el psicoanálisis y la psicología humanista desde hace mucho tiempo. Hoy lo avalan también la psicología cognitiva y las neurociencias. Justamente por ello, no se puede dejar de lado el mundo sentimental de nuestros educandos, que tanto influye en su comportamiento y en su desarrollo personal y social. Sin lugar a dudas, las emociones de los alumnos y de los profesores están presentes en el aula, de manera que las mutuas interrelaciones emocionales pueden generar crecimiento de ambas partes, o también desgaste y sufrimiento en alguna de ellas, o en ambas. Por ello es fundamental conocer cómo se procesan las emociones, cómo evolucionan, cómo se expresan, cómo se controlan, cómo se desarrollan las emociones positivas, cómo se previenen los efectos perniciosos de las negativas, cómo se promueve la automotivación, qué papel juegan las emociones en el aprendizaje y en el mundo de las relaciones interpersonales, cómo aprender a fluir, cómo adoptar una actitud positiva ante la existencia…

En este sentido, es necesario insistir en que el profesor no sólo tiene la obligación de conocer las materias que explica y los correspondientes métodos de enseñanza/aprendizaje, sino que debe ocuparse también de comprender a los estudiantes, de interesarse por su mundo de la vida, por su espacio vital: es decir, por lo que viven, por sus emociones, por lo que sienten. Es importante que los profesores se interesen por el alumno como persona global y no sólo por lo que aprenda o deje de aprender en el aula. Es necesario que confíen en los estudiantes, que nos les juzguen arbitrariamente, y que vivan actitudes constructivas que favorezcan su aprendizaje y sus procesos de crecimiento y desarrollo personal y social. 

Por todo ello, la educación emocional es también fundamental para el profesorado, debiendo estar presente en sus procesos de formación inicial y permanente. Es necesario promover una formación integral de los profesores, que favorezca su crecimiento en habilidades de vida, en toma de conciencia, en nivel de madurez, en equilibrio afectivo, en capacidad para discernir y para tomar decisiones. Que favorezca la prevención del estrés, la depresión y los conflictos. Que les permita aprender a ser y a estar, para que de esta forma crezcan en inteligencia emocional, en habilidad para conducir sus propias vidas, en empatía, en capacidad relacional y de ayuda; y en comprensión de los procesos relacionales y de los fenómenos transferenciales que, inevitablemente, se producen en el aula. 

Sin lugar a dudas, buena parte de los males del sistema educativo hunden sus raíces en un analfabetismo emocional. Por otro lado, vivimos inmersos en un mundo en crisis, terriblemente desordenado y rabiosamente neoliberal, rodeados de problemas vinculados de forma directa o indirecta con nuestro cerebro emocional: violencia sistémica y personal, indisciplina, conflictos, sexismo, burnout, racismo, intolerancia, xenofobia, consumo de drogas, ciberpatologías, adicciones en general, sida, embarazos no deseados, conductas de riesgo, anorexia, estrés, depresión, ansiedad… Todos estos problemas tienen su fiel reflejo en el microsistema escolar, hoy más vapuleado que nunca por el malestar creciente del profesorado y por la conflictividad escolar. De ahí la necesidad de promover el desarrollo de competencias emocionales en toda la tribu escolar, de la que forman parte los padres, los profesores, los estudiantes, los administradores y el personal auxiliar. He aquí uno de los grandes retos de la educación emocional: contribuir a prevenir o paliar dichos problemas.

Inteligencia emocional y educación emocional

Los efectos de la inteligencia emocional sobre las personas y su influjo positivo en las aulas están siendo hoy avalados por datos empíricos contrastados, que demuestran su capacidad predictiva y su papel en las distintas áreas vitales. En 1920, Edward Thorndike se convertía en el precursor de lo que hoy conocemos como inteligencia emocional, al definir el concepto de inteligencia social como la habilidad para comprender y dirigir a los hombres y a las mujeres…, y para actuar sabiamente en las relaciones humanas. Posteriormente, en 1983, Howard Gardner proponía, en Frames of mind, la teoría de las inteligencias múltiples, entre las que incluyó la inteligencia intrapersonal y la inteligencia interpersonal, que juntas determinan la capacidad para dirigir de forma satisfactoria la propia vida, y que supusieron una nueva aproximación al concepto de inteligencia emocional.

Sin embargo, la expresión inteligencia emocional, que engloba un conjunto de habilidades relacionadas con el procesamiento emocional de la información, no fue introducida en el ámbito de la psicología hasta 1990, de la mano de Peter Salowey y John D. Mayer. Ellos la han definido como “la habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” (Mayer y Salovey, 1977).

Finalmente, fue Daniel Goleman quien desveló este concepto ante la aldea global, en su famosa obra La inteligencia emocional (1995), un best seller del que se han vendido más de 5.000.000 de ejemplares en treinta idiomas. Según dicho autor, los principales componentes de la inteligencia emocional son los siguientes: autoconocimiento emocional (conciencia de uno mismo), autocontrol emocional (autorregulación), automotivación, reconocimiento de emociones ajenas (empatía) y habilidades sociales para las relaciones interpersonales.

Actualmente, la inteligencia emocional se identifica con un conjunto de capacidades que podríamos resumir en las siguientes: capacidad para reconocer y expresar los propios sentimientos y emociones, para captar los sentimientos y emociones de los demás (empatía), para controlar las propias emociones y las de los otros, para superar las frustraciones y adversidades (resiliencia), para disponer de una escala de valores que oriente y de sentido a la propia existencia, para dar y recibir, para integrar diferentes polaridades (lo cognitivo y lo emocional, la tolerancia y la exigencia…), para la toma de decisiones acertadas, para mantener una actitud positiva ante la vida y para la automotivación y la autoestima.

Indudablemente, durante los últimos años la inteligencia emocional viene despertando un enorme interés en la comunidad científica internacional. Buena prueba de ello es su presencia en diferentes foros científicos, académicos y editoriales: investigaciones, congresos, publicaciones… En este sentido destacamos algunos de los números monográficos publicados recientemente sobre el tema: Emotion (2001, volumen 1, 3); Psychological Inquiry (2004, volumen 15, 3); Revista Electrónica de Motivación y Emoción (2004, número 17-18); Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (2005, volumen 19,3); Journal of Organizational Behavior (2005, volumen 26, 4); Psicothema (2006, volumen 18); Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria (2006, número 18); Ansiedad y Estrés (2006, volumen 12, 2-3).

A modo de conclusión

Para finalizar la presentación de esta segunda edición del número 54 de la RIFOP (volumen 19,3; diciembre 2005), rescataremos algunos de los párrafos finales de su Editorial, en tanto que fiel reflejo de la opinión de esta revista sobre la educación emocional.

Quienes hacemos la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado estamos posicionados a favor de un proyecto educativo que considere el mundo de las emociones como un espacio fundamental de la formación de cualquier profesional, sea éste profesor, psicólogo, pedagogo, médico, ingeniero, arquitecto o abogado… Desde ese mirador, defendemos un modelo que permita incorporar las competencias socio-afectivas en los futuros planes de estudio de todos los profesionales de la educación, que sea capaz de integrar los aspectos emocionales y la autorreflexión, que rompa con los dualismos mente-cuerpo y razón-sentimiento, y que apueste por una inteligencia emocional que concluya en la ética. Apostamos, en última instancia, por una educación emocional llena de referencias a la dignidad del ser humano y a la necesidad de educar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes para que se conviertan en personas capaces de escuchar su conciencia profunda y de vivir y decidir de forma libre, coherente, comprometida, noble y responsable. En definitiva, tomamos una postura a favor de una culminación ética de la educación sentimental. Contribuir a todo ello es el objetivo principal de esta publicación que el lector tiene en sus manos y que hoy reeditamos.

En Zaragoza, a 6 de abril de 2007

Referencia completa de este artículo


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Pulsar aquí para acceder a número 45 (19.3) de la Rifop a texto completo

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