El profesor universitario. Otras miradas


El Mundo. Día 1-6-2004 (pulsar aquí)











Un profesorado para el siglo XXI

"Frente a una Universidad transmisora y elitista, una Universidad que no sólo investigue, sino que también eduque en la vida y para la vida, que enseñe lo académico y lo vital. Menos jerárquica e individualista, más dialógica y comunitaria, menos economicista, más crítica y transformadora, más solidaria y social. Que investigue la realidad y se comprometa con ella a la luz de los derechos humanos. Que ponga investigación y docencia al servicio de la sociedad. Que contribuya a la construcción del conocimiento desde la atalaya de la solidaridad [...].


Esa nueva Universidad exige un profesorado comprometido con su triple misión educadora, docente e investigadora. Un profesorado capaz de enganchar a los estudiantes al placer del conocimiento, y de hacerles vivir la Universidad como un espacio no sólo para investigar, sino también para enseñar y aprender. Para aprender a conocer y a hacer. También a convivir y a ser. 

Dispuesto a despertar la curiosidad intelectual de los estudiantes, frecuentemente aburridos y sin interés por lo que se hace en las aulas. Mediador de aprendizajes significativos. Capaz de convertir el aula en espacio reflexivo, crítico y comunicativo; en fuente de construcción de saberes. 

Que no encripte el lenguaje. Que no hable para iniciados. Experto en comunicación [...]. Abierto a la aldea global. Menos ocupado en hacer carrera y subir puestos en el escalafón, y más preocupado por sus tareas docentes y educadoras [...].

Dispuesto a compartir mesa con los estudiantes, para construir juntos y de forma activa conocimientos y aprendizajes. Capaz de demostrar en el aula, el laboratorio o el despacho, su capacidad para conectar, motivar y comunicar. Ocupado en formar y no sólo en informar. Dispuesto a fomentar la reflexión y la creatividad. Y entregado a la formación de profesionales competentes, a la vez que ciudadanos libres, democráticos, comprometidos, solidarios, tolerantes, críticos, ilustrados, respetuosos, responsables, maduros y felices.










Profesor, investigador, burócrata

En España, hasta hace unos quince o veinte años, el profesor universitario se ocupaba fundamentalmente de señalar el camino del conocimiento. Enseñar viene de insignāre: “señalar”, en latín vulgar. El trabajo del profesor consistía en guiar a los alumnos. La tarea docente resultaba esencial. La faceta de investigador quedaba en segundo plano. Era entonces facilísimo encontrar docentes que no investigaban. Ni mucho ni poco: sencillamente no dedicaban ni un solo segundo de sus vidas a la investigación. Para solucionar esa evidente deficiencia, las autoridades políticas y académicas consideraron necesario incentivar la producción científica en los centros universitarios.

Ese cambio, tan necesario y lógico, acabó por desatar una furia de estremecedoras consecuencias. Aquel profesor que ejercía antaño de maestro, a la vieja usanza, quizá debía transformarse y adaptarse a un nuevo entorno. Quién lo discute [...]. Lo que ocurre es que las autoridades políticas y académicas, buscando a toda velocidad investigadores, han establecido una serie de criterios que ignoran a los verdaderos profesores. Hoy ya no importa si te esfuerzas en enseñar o no te esfuerzas. Los méritos docentes no es que estén en segundo plano: es que han salido por completo de plano. 


Esta faceta, en comparación con la investigación, ha quedado relegada a una esfera personal, ética, individual: al buen profesor le preocupa enseñar, aunque en realidad nadie –excepto los propios alumnos, con un poco de suerte– vaya a premiar ese esfuerzo. Las autoridades políticas y académicas conceden a esta tarea docente una importancia absolutamente marginal [...]. 

Para colmo de males, el profesor maestro tradicional no se ha transformado realmente en profesor investigador, como a veces quisiéramos suponer [...]. Nos hemos quedado en una mutación mucho más modesta [...], catastrófica: el profesor maestro se está convirtiendo, lenta pero implacablemente, en un publicista burócrata. Porque hoy el verdadero trabajo del supuesto investigador universitario consiste, no en enseñar a los alumnos (como parece obvio), sino en publicar artículos y en coleccionar citas [...].

El profesor universitario no es ya un guía para los alumnos, ni tampoco un investigador en sentido estricto, sino más bien un mero administrador de su propio currículum [...]. Me parece disparatado imponer un solo modelo de profesor universitario empeñado en (obsesionado con) investigar. Me parece un dislate entender que solo determinado tipo de trabajos publicados en determinado tipo de revistas merece cierta consideración. Me avergüenza ir coleccionando citas por doquier, y perder tanto tiempo en esa recolección, para demostrar que mis publicaciones son meritorias. Me ruboriza comportarme así, sometiéndome a esta clase de criterios contables"




1 comentarios:

Patricia Cabrera Zagal dijo...

Efectivamente el profesor está más abocado a la administración de su propio currículum; y esto por la "sagrada" búsqueda de mayor remuneración. Cualquier tipo de problema que analicemos se llega a que el fondo de éste es la búsqueda desenfrenada de mayor rentabilidad. Este es el mal del siglo y también ha alcanzado a la educación.

El profesorado de buena calidad es minoritario.

A las investigaciones universitarias no se les percibe nuevos resultados, frente a cualquier afirmación se respalda citando a otro autor; no se ve la defensa de una argumentación propia.

Todos los intentos de mejora tratan de fomentar una buena predisposición del profesorado o de cualquier profesional a hacer un buen trabajo. Pero con esto no se va a la raíz del problema, no se consigue nada; e incluso tampoco resulta que el profesional se lo proponga a sí mismo. Esto nace de responder a una inquietud o motivación interna que cada cual ya trae consigo mismo.

Esta inquietud interna o motivación por algo debe descubrirse en cada persona para que tome la tarea que le permita desarrollar esa motivación.

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