El cuerpo en la estructura de la personalidad (M.ª Rosario Fernández)


M.ª Rosario Fernández Domínguez

El cuerpo es indisociable de nuestro psiquismo, formando parte de nosotros mismos, de nuestra personalidad (Pulsar aquí para acceder al texto completo de este artículo). La persona funciona como una globalidad, de modo que todo en ella está interrelacionado, existiendo una relación e interacción mutua y constante entre todas las instancias de la personalidad y el cuerpo.

André Rochais elaboró una topología de la estructura psicológica de la persona en la que distingue diferentes instancias. Éstas son: el ser, el yo cerebral, el cuerpo, la sensibilidad y la conciencia profunda. Este esquema permite diferenciar con claridad lo que sentimos (gusto o disgusto, placer-malestar, calma-ansiedad), lo que pensamos, razonamos o esperamos y lo que somos en el fondo (alegría, vitalidad, bondad). Esta diferenciación de niveles en la personalidad, que se localiza también en el cuerpo, que lo envuelve todo, es una clave importante de comprensión de la vivencia personal (LACASSE, 1995).

La persona funciona como una globalidad, de modo que las instancias están interrelacionadas. El término instancia hace referencia a dos aspectos. Por una parte, es una noción tópica y estructural, es decir que estas instancias son lugares autónomos en la persona e independientes entre sí, aunque no son compartimentos estancos y ninguna funciona sin que toda la persona se vea implicada. En este sentido es evidente, por ejemplo, que hay una relación estrecha entre la sensibilidad y el cuerpo y, por ello, todo lo que sentimos se refleja en él. Por otra parte, es una noción dinámica, es decir que las instancias desencadenan actos e influyen sobre la vivencia de la persona y su proceso de crecimiento.

El ser

El ser es la instancia principal de la persona y constituye el núcleo de la personalidad. Es una realidad positiva que se encuentra en lo profundo de todo ser humano (PRH, 1997; 1990, 4). Es lo que somos de fondo, el conjunto de cualidades que nos caracterizan y conforman nuestra identidad. En otros planteamientos, como los de Rogers, Maslow, E. Fromm o Nacht, encontramos analogías con el ser en PRH.

En el ser existen tres zonas: 

1) La roca del ser, que es la zona sólida de la personalidad. Está constituida por certezas y evidencias de lo que somos.

2) La zona del ser aún no emergido, que es una zona inconsciente donde están las potencialidades aún no conscientes.

3) La zona profunda, que está situada en la sensibilidad profunda. Es una zona de paz y reposo, y cuando la persona se sumerge en ella experimenta vida, paz, calma, bienestar, lo que influye de forma positiva en el funcionamiento del resto de las instancias; y así, nuestra inteligencia funciona mejor o el cuerpo se encuentra más relajado. 

Finalmente, el ser es una realidad dinámica, movido por un dinamismo de crecimiento, que lleva a la persona a tomar conciencia de sus potencialidades y a actualizarlas.

El yo cerebral

Es la instancia que permite a la persona decidir, dirigir y gestionar su vida. Ahí tenemos registradas imágenes, normas, principios, esquemas y pensamientos.  Es una instancia con exigencias de racionalidad y coherencia, que necesita comprender la realidad, decidir y actuar de forma razonable, que tiene unos intereses, una memoria y una visión de las cosas, unos proyectos y expectativas (PRH, 1997).

El yo cerebral desarrolla un conjunto de funciones. La inteligencia, nos permite analizar, comprender, relacionar, reflexionar, razonar e imaginar y, además, ser conscientes de nosotros mismos. La libertad nos conduce a tomar decisiones, 
discernir y elegir. La voluntad hace posible que movilicemos nuestras energías y las orientemos en la dirección que hemos elegido (PRH, 1997, 77-79). El yo cerebral también elabora la imagen de uno mismo, que es una representación mental de
lo que somos a nivel físico y psicológico. Es una representación subjetiva, que influye en nuestra conducta, y que se va construyendo desde la niñez a través de la relación con las personas significativas de nuestro entorno. A partir de cómo nos miran, de sus actitudes y expectativas hacia nosotros, a partir de lo que nos dicen o dicen de nosotros y, por supuesto, a partir de lo no dicho. En la construcción de la imagen también influye la necesidad de ser reconocidos, queridos y aceptados, que puede conducirnos a desear ser como queremos parecer ante los otros, para que así nos quieran y reconozcan. 


En el yo cerebral también hay inconsciente. Los principios, las reglas, las ideas y expectativas que dirigen nuestra vida, a menudo no son conscientes, y sin embargo están en la base de nuestras decisiones. En definitiva, el yo cerebral guarda memoria de todas las experiencias de nuestra vida, así como de ideas, creencias, costumbres y expectativas en torno a los otros, a la vida y a nosotros mismos. Y lo que sabemos por nuestra memoria personal nos conduce a ver la realidad desde ahí, desde nuestra óptica, nos conduce a comprender lo que nos ocurre y a interpretar la realidad, influyendo en lo que sentimos y en cómo actuamos (MARINA, 1996; 2005).

Como vemos, el yo cerebral está íntimamente relacionado con la sensibilidad. Así podemos sentirnos frustrados cuando creemos que no podemos conseguir algo, o con ira si interpretamos que alguien nos ataca o nos daña. En el fondo, la persona hace una valoración de su conducta, o de sus sentimientos, a la luz de sus creencias, y la sensibilidad se ve afectada, haciendo que la persona se sienta deprimida o culpable (HERNÁNDEZ, 2002) y todo ello se expresa en el cuerpo. En definitiva, las creencias juegan un papel muy importante en los problemas afectivos (ELLIS, 1980). Así, la persona que se exige sin fin, porque cree que debe alcanzar la perfección, o que rige su vida por el deber, puede experimentar una tensión en su cuerpo, un estado de alerta, un peso por todo lo que ha de hacer, etc.

Todo guarda también relación con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Por eso, una persona que se cree amable y que piensa que siempre debe ser amable con los otros, se sentirá inadecuada o culpable cuando se comporta con irritación o siente que otra persona es un fastidio.

La sensibilidad

La sensibilidad es una instancia de la personalidad muy relacionada con el cuerpo, en la que la vivencia psicológica y afectiva está muy presente. Permite a la persona vibrar, reaccionar, ser tocada por la realidad, transmitir mensajes y grabarlos, así como recuperarlos. 

La sensibilidad capta los mensajes del mundo exterior, o las sensaciones que provienen de nuestro interior a través del sistema nervioso, que es el soporte fisiológico de la sensibilidad. Es una especie de fluido conductor que transmite todos los mensajes, y como una cinta magnetofónica que guarda memoria de los acontecimientos vitales. Lo agradable deja huellas armoniosas, y lo desagradable unas huellas desarmoniosas en forma de miedo, ansiedad, culpabilidad, crispación… (FILLIOZAT, 2003).

El grado y coloración de la sensibilidad varía de unas personas a otras y de un contexto cultural a otro. Por otra parte, la sensibilidad guarda mucha relación con la historia de la persona, siendo como una caja de resonancia que amplía los acontecimientos exteriores y los mensajes interiores, y deforma los acontecimientos y mensajes cuando está herida. 

La sensibilidad armoniosa vibra y reacciona con normalidad, es decir, de manera proporcionada a lo que desencadena la reacción sensible. A veces, la sensibilidad reacciona de forma exagerada. En ocasiones, deforma los acontecimientos y los mensajes recibidos. Otras veces, reacciona demasiado poco o, simplemente, no reacciona. Estas pueden ser muestras de una sensibilidad  herida en ciertos sectores, en los que la persona ha recibido mensajes que le han dañado y provocado inseguridad (PRH, 2003 (PRH, 1997, 109-110). 

A nivel de la sensibilidad también hay inconsciente. Existen heridas de la infancia, que fueron insoportables entonces y quedaron en el inconsciente. El proceso de crecimiento y curación provocará su salida (PRH, 1997, 190-207; 2003, 25-36).

La conciencia profunda

Es un lugar síntesis de la persona en crecimiento, donde puede sentir lo que es bueno para ella: para el ser, que aspira a crecer; para el cuerpo, que tiene unas fuerzas determinadas; para la sensibilidad, que debe soportar las molestias de cada decisión; para el yo cerebral, que necesita coherencia en sus principios; para toda la persona, su situación y su entorno.

Se trata de una conciencia que impulsa a la persona a ser fiel a sí misma en cada momento y a vivir de forma libre, aunque eso le conduzca a actuar en direcciones opuestas a las costumbres o leyes sociales o familiares, o a lo que está bien visto. 

Es una especie de ley interior que es buena para la persona y su crecimiento, que viene a ser un reflejo de lo que la persona es, de su identidad. Es un punto de referencia para vivir en coherencia con lo que somos (PRH, 1988). Podríamos decir que es una especie de ley de vida y de salud psicológica puesto que, cuando la persona la escucha, no decide ni hace nada que vaya en contra de lo que ella es y de lo que es bueno para su crecimiento y realización (PRH, 1997).

El entorno material y humano

El niño nace y crece en un determinado contexto que puede favorecer o entorpecer su desarrollo. Como es muy dependiente de las personas que le rodean y muy vulnerable, aunque tiene todas las posibilidades de llegar a ser un adulto y desarrollarse, necesita un clima material y humano que favorezca su crecimiento (PRH, 1997). 

El entorno material favorece el crecimiento de la persona cuando satisface sus necesidades y contribuye al bienestar psicológico y al desarrollo de la personalidad.

El entorno humano es fundamental en el desarrollo porque no es posible llegar a ser persona sin el contacto con otros. Por esto son tan importantes las personas que rodean al niño, que pueden contribuir o dificultar su crecimiento (BRONFENBRENNER, 1982).

Podemos hablar del ambiente más inmediato, la familia, los amigos, los grupos con los que se relaciona. Asimismo, del medio social, ideológico, religioso, el contexto político, democrático o dictatorial, las situaciones bélicas, de discriminación, de justicia o injusticia, y todo ello inscrito en una historia. Un ambiente favorecedor del crecimiento contiene personas maduras, que satisfacen las necesidades infantiles, que por su forma de ser despierten lo mejor del ser del niño, que son auténticas, sólidas y libres para expresar lo que sienten. En un ambiente así, el niño es estimulado a existir y a afirmar su propia personalidad (PRH, 1997). Por ello, es fundamental que los psicomotricistas sean conscientes del importante papel que desempeñan en el desarrollo de niños y adolescentes. De ahí la necesidad de que se formen para que puedan profundizar en su propio desarrollo personal y para que adquieran una solidez, una salud psicológica y una calidad humana que contribuya al desarrollo equilibrado de la personalidad infantil (PRH, 2005, 10).

El cuerpo

Los seres humanos somos seres corpóreos, de forma que lo que somos y vivimos a nivel psicológico y corporal está profundamente imbricado. Se trata de una realidad sexuada, que determina nuestra identidad e influye en nuestros comportamientos, relaciones y decisiones. Es más, el cuerpo tiene un valor incalculable puesto que sin él no viviríamos ninguna experiencia, ni la vida tal y como la conocemos.

El cuerpo es una realidad biológica con sus propias leyes de funcionamiento, desarrollo y envejecimiento, y además tiene unas potencialidades y unos límites. El potencial de energía que posee es diferente en cada persona, pudiendo, por otra parte, ser bien utilizado o desperdiciado, provocando en este último caso el deterioro anticipado del organismo. 

El cuerpo nos pone en contacto con el entorno material y humano, desempeñando múltiples funciones. Nos sirve para satisfacer nuestras necesidades; para actuar sobre el medio y adaptarnos a él; para vivir, expresar y resolver emociones; para construir el conocimiento de la realidad. En este sentido, hemos de decir que las relaciones humanas son primariamente corporales y que con frecuencia expresamos mucho más con el lenguaje no verbal que con la palabra. En este contexto, es especialmente importante el primitivo diálogo tónico-emocional que mantiene el niño con su madre, que le permite expresar emociones y comunicarse. Este diálogo primitivo conducirá al establecimiento de relaciones de apego, que serán la base de las futuras relaciones interpersonales y de la construcción de la personalidad (BOWLBY, 1990; 1993) (AJURIAGUERRA, 1986) (WALLON, 1976; 1979). Tengamos en cuenta que el primer contacto del bebé con el mundo exterior es el cuerpo. A partir de él va experimentando todo tipo de sensaciones: las que le provocan seguridad o inquietud, afecto o abandono. Además, y de manera temprana, la mirada es fundamental en la estructuración de la personalidad. El niño busca en ella una respuesta gratificante a sus intentos de interacción con los otros, a la vez que hace la experiencia de ser mirado. La calidad de la mirada que recibe, conduce al niño a mirarse de una forma determinada, comenzando así a formar su imagen (PRH, 1997).

El cuerpo es indisociable de nuestro psiquismo, formando parte de nosotros mismos, de nuestra personalidad (PRH, 1997, 2003). Todas las instancias de la personalidad están ligadas al cuerpo, especialmente la sensibilidad. Todo en la persona está interrelacionado: lo que piensa o desea, lo que siente, lo que es y el cuerpo. Por ello, el cuerpo refleja todo lo que vivimos en un momento determinado, expresando de manera inevitable la vivencia interior de la persona. Las sensaciones corporales de bienestar, frío, sed, tensión, bloqueo, dolor… expresan un mensaje corporal, pero también hablan de la vivencia psicológica de la persona. El lenguaje del cuerpo se impone sin que nuestra inteligencia o nuestra voluntad puedan hacer nada para controlarlo. Así, podemos somatizar, aunque no queramos hacerlo, o nuestro cuerpo puede temblar de miedo, más allá de nuestra voluntad (MILLER, 2006). Es por ello que el cuerpo es una vía de expresión de nuestra personalidad y un medio para acceder y expresar nuestros sentimientos, afectos y emociones. Finalmente, el cuerpo es una vía privilegiada para expresar lo que somos y vivimos en profundidad. 

En el cuerpo también hay inconsciente. Se nos escapan muchas cosas sobre él y lo que es bueno para su funcionamiento. A veces no sabemos a qué se debe una tensión en la espalda, un dolor de cabeza o un malestar general. Otras veces no nos damos cuenta de lo que nuestro cuerpo necesita, o simplemente no distinguimos lo que nos dice. 

En realidad, el cuerpo nos habla, y si le escuchamos, podemos descubrir muchas cosas de nosotros mismos y de los otros. Así, por ejemplo, las aspiraciones y los deseos del yo cerebral, con frecuencia ambiciosos, se traducen en dolor, tensión o agotamiento corporal. De igual forma, los sufrimientos de la sensibilidad provocan un enorme consumo de energía, lo que se refleja en la mirada, en el tono o en los gestos y posturas, así como en una amplia variedad de síntomas físicos desagradables y entorpecedores de la vida de la persona, como ansiedad, opresión en el pecho, nudo en la garganta, agotamiento, etc. Finalmente, lo que somos en lo más profundo de nuestro ser se refleja también en el cuerpo. Y así, por ejemplo, la alegría profunda ilumina el rostro, la sensación de paz provoca una gran distensión corporal, o la sensación de libertad provoca ligereza corporal. También sucede lo contrario, de forma que el estado del cuerpo mediatiza las respuestas cognitivas o la sensibilidad; de este modo, el agotamiento dificulta el rendimiento intelectual o provoca irritación. O, al contrario, el descanso y la relajación hacen que la persona esté más lúcida, comprenda mejor y disfrute más de lo que hace o vive.

Asimismo, el cuerpo tiene una función reguladora del yo cerebral, que a menudo es ambicioso y se deja llevar por la acción. A medida que avanza en edad, la persona percibe los límites de su cuerpo, lo que le obliga a funcionar de forma menos exteriorizada, lo que puede favorecer una mayor interiorización y la aparición de otra escala de valores.

Por otra parte, el cuerpo es también un medio privilegiado de acceso al núcleo más profundo de nuestra personalidad. Así, por ejemplo, la relajación y la respiración pueden favorecer la interiorización, que permite el conocimiento de uno mismo. También es un medio de unificación de la persona, hasta el punto de que el bienestar físico abre a la persona al bienestar global.

A lo largo de su historia, la persona va estableciendo un tipo de relación con su cuerpo. Esta relación está muy conectada con la imagen corporal que se ha ido construyendo a lo largo de la vida. Esta imagen se elabora principalmente a partir de las propias experiencias y de la percepción de lo que puede o no hacer; a partir de la mirada, el gesto, los mensajes, las valoraciones y el trato de los demás; y, finalmente, a partir de los esquemas, modelos y juicios de valor de la cultura en que la persona vive.

Las personas nos relacionamos con nuestro cuerpo de diferentes formas. Para algunos, el cuerpo es un amigo, un compañero de viaje que proporciona satisfacciones y que permite actuar, establecer relaciones o afrontar las dificultades. Otros consideran el cuerpo como un objeto útil, una simple máquina que les presta sus servicios. Hay personas que viven el cuerpo como un enemigo, un tirano, un objeto de vergüenza o una fuente de dolor y angustia. Para algunos el cuerpo es un desconocido, al que tratan como si no existiera. Finalmente, otros viven el cuerpo como si fuera un dios.

Y, a diferentes consideraciones, diferentes tratos. Quienes consideran que su cuerpo es un amigo procuran cuidar de él, atienden sus necesidades y respetan sus límites. Si lo consideran un objeto útil, suelen aprovecharse, abusar de él y no cuidarlo, excepto cuando se estropea. Las personas que lo perciben como un enemigo, lo detestan, lo anestesian, lo maltratan o terminan destruyéndolo. Para las que el cuerpo es un desconocido, suelen ignorarlo y descuidarlo. Y quienes lo sobrevaloran y lo convierten en un dios, le dedican tiempo, dinero, atenciones y cuidados desmedidos.

El cuerpo tiene un conjunto de necesidades. Algunas son físicas y están directamente conectadas con la supervivencia del individuo. Entre ellas podemos citar las necesidades de comer, beber, dormir, respirar, mantener la temperatura corporal, la sexualidad, ponerse a resguardo de los peligros, descansar, moverse, tener estimulación sensorial y sentirse feliz con los sentidos. Otras necesidades corporales tienen un carácter psicológico, como la necesidad que el niño experimenta de ser amado a través del contacto corporal, del diálogo tónicoemocional, como diría Wallon; o las necesidades de ser reconocido tal como es, de sentirse a gusto y feliz con su cuerpo, de ser valorado en su identidad sexual, de sentirse seguro físicamente, de expresarse con libertad o de estar libre de tensiones.  El adolescente necesita, además, sentir que los padres y educadores se alegran con las transformaciones de su cuerpo y que puede hablar con ellos, de forma libre y sencilla, acerca de lo que experimenta. Es fundamental que los niños y los adolescentes satisfagan estas necesidades porque, a partir de la forma en que se comportan con ellos las personas significativas, van a establecer un tipo de relación con su cuerpo.

La satisfacción de estas necesidades puede hacerse de distintas formas, dando lugar a diferentes maneras de funcionar (PRH, 1999).

El funcionamiento instintivo es el más primario. Las necesidades instintivas buscan ser satisfechas al instante, de manera inmediata, automática e impulsiva, sin mediar reflexión alguna y sin que exista libertad ni responsabilidad consciente. Este funcionamiento es normal en el niño.

El funcionamiento compensatorio posee las mismas características del instintivo, pero la persona busca una satisfacción que no se corresponde con una necesidad normal, intentando colmar de forma compulsiva una carencia, un malestar, un vacío. Normalmente, en su origen existe una herida de no existencia. En esta forma de funcionar hay un exceso en el modo de satisfacer las necesidades. Así, la persona bulímica puede comer porque se siente mal en su piel y espera inconscientemente tapar el vacío que siente, que la comida elimine el malestar que experimenta (MILLER, 2006). Otros ejemplos de este modo de funcionar son la
hipersexualidad, el activismo, la hipersomnia o el consumo de drogas. Se trata de un funcionamiento tiránico, no razonado, que provoca un placer efímero, pero que no consigue colmar el vacío de la persona, volviendo a surgir el malestar con cierta rapidez. Por ello, el funcionamiento compensatorio se va haciendo cada vez más frecuente y repetitivo…, entorpeciendo la libertad personal. Esto es lo que ocurre en los casos de necesidad de alcohol o drogas. 

La apatía del cuerpo puede tener una causa psicológica. Se trata de un funcionamiento en el que se da una pérdida del tono; parece que el cuerpo pierde su vida. Entonces puede suceder que la persona no experimente ciertas necesidades, como ocurre en el caso de la anorexia, la apatía sexual, la analgesia, o que no funcionen ciertos sentidos, como en ciertas sorderas o cegueras. 

En general, estas formas de funcionar dejan a la persona insatisfecha. No sucede así en el funcionamiento normal o apacible del cuerpo, en el que la persona tiene en cuenta sus necesidades y las satisface de manera ajustada, sin avidez ni
precipitación, sintiéndose libre, satisfecha y digna en su cuerpo, al que vive en armonía con las otras instancias de la persona.

El cuerpo es como un cuadro de mandos que nos informa de lo que va bien (sensaciones agradables, bienestar y salud) y de lo que no va tan bien (malestar, síntomas y enfermedad). El cuerpo va registrando a lo largo de la vida todo lo que afecta a la persona, de modo que es portador de nuestra historia personal (JANOV, 2001), de todas nuestras experiencias vitales, que se registran en el cuerpo bajo la forma de sensaciones de bienestar o de tensiones, malestar y dolor, cuyas causas son frecuentemente inconscientes y, por tanto, desconocidas para la persona. Y, en este sentido, podemos considerar al cuerpo como un viejo sabio que nos envía mensajes que podemos descifrar y del que se puede aprender para comprendernos y progresar de forma armoniosa. 

Por ello, a través de los mensajes que el cuerpo nos envía, podemos descubrir todo tipo de sensaciones ligadas a nosotros y a nuestras relaciones con los demás. El cuerpo no miente (MILLER, 2006). Expresa lo que la persona vive en un momento determinado, a través de sensaciones corporales. 

El cuerpo y la sensibilidad, como ya hemos dicho, están muy ligados. Son una especie de caja de resonancia de lo que ocurre en el interior de la persona. Normalmente reaccionan de manera conjunta y por ello lo que nos produce dolor o placer se expresa en el cuerpo. 

Cuando el niño ha sido herido en su sensibilidad, lo insoportable del sufrimiento hace que éste se defienda, relegándolo al inconsciente, donde las heridas permanecen enquistadas en bolsas de sufrimiento. Éstas se manifiestan en las reacciones desproporcionadas y repetitivas (RDR), que se producen cuando una situación actual guarda una analogía con un acontecimiento o con alguien que en el pasado hirió a la persona. La situación actual despierta los mismos sentimientos experimentados entonces. Aunque con frecuencia las personas atribuyen sus reacciones a la situación causante (si me hubiera hablado mejor no me hubiera encolerizado), estas reacciones se producen ante situaciones similares, frente al mismo tipo de personas o circunstancias y están relacionadas con una herida del pasado (PRH, 2000, 109-110).

En definitiva, las heridas del pasado se despiertan cuando alguna circunstancia actual es similar a la situación del pasado. Es como si la persona se encontrara ahora frente al agresor, o ante la situación traumática que le dañó en otro tiempo, proyectando a la persona que hoy despierta esta reacción los sentimientos experimentados entonces. De ahí la desproporción y recurrencia de la reacción. Algunas reacciones desproporcionadas y repetitivas son los apegos excesivos, el miedo al rechazo o a no ser querido, el sentimiento de culpabilidad o la sensación de soledad o de vacío, que siempre tienen un registro corporal.

Además, buena parte de las reacciones del cuerpo tienen un origen psicológico, y muchas se explican porque la sensibilidad está herida. Algunas de ellas son más desproporcionadas y tienden a repetirse. El análisis de las reacciones desproporcionadas y repetitivas del cuerpo puede conducir a su origen, que se encuentra en el pasado de la persona y normalmente no se conoce. Suelen aparecer en circunstancias similares a aquellas en las que la persona ha tenido experiencias de sufrimiento. Es decir, que este tipo de reacciones son síntomas de viejas heridas, de carencias afectivas, de conflictos intrapsíquicos, de sufrimientos pasados, que se registran en el cuerpo y la sensibilidad. Entre ellas podemos  citar las reacciones psicosomáticas, como el dolor de cabeza o de estómago o las fatigas prolongadas; las sensaciones de asfixia, calor, pesadez, ardor…; algunas conductas compensatorias, como el activismo, el abuso de drogas o de bebida, el despilfarro; las necesidades insaciables (orales, sexuales, de destrucción); también las turbaciones emocionales, la vergüenza ante el cuerpo del otro, la dificultad para el contacto físico, la atracción irresistible o la toma de distancia ante el otro, la dificultad para sentir o satisfacer necesidades, como la pérdida del apetito o del sueño (PRH, 1997).

Por otra parte, los síntomas a través de los que el cuerpo expresa los problemas psicológicos están relacionados con las debilidades del propio organismo, de forma que cada persona tiene un terreno favorable para ciertas somatizaciones, pero también hay, como señala Lowen (1995), una relación casi «simbólica» entre el problema psicológico y el síntoma corporal. Así, por ejemplo, una dificultad para digerir puede estar relacionada con dificultades de asimilación de un acontecimiento, o un gran peso en la espalda o en los brazos, puede estar relacionada con una «carga» soportada largo tiempo, con la que la persona no puede.

Finalmente, el cuerpo juega un papel fundamental en el proceso de curación (PRH, 2003). Como a lo largo de la vida el cuerpo registra todo lo que afecta a la persona, las tensiones acumuladas son un buen medio para tomar conciencia de lo que ha sido herido (JANOV, 2001; MILLER, 2006). De este modo, las sensaciones corporales dolorosas pueden ayudar a la persona a entender el origen de su malestar, que no tiene una causa orgánica. Las sensaciones de dolor o malestar persistentes pueden servir para entrar en el sufrimiento escondido, viviéndolas conscientemente en lugar de ahogarlas o huir de ellas. Así, al entrar en una sensación (por ejemplo, no poder con el cuerpo, tirar de él, no poder con el peso de los brazos y las piernas) y analizarla, van apareciendo sentimientos relacionados (tristeza, ira… por no haber podido en la infancia con el peso de la responsabilidad o con la falta de afecto…), estableciéndose entonces un toma y daca entre lo que se revive afectivamente y lo que se vive en el cuerpo. Por otra parte, las energías del cuerpo pueden favorecer la evacuación del sufrimiento y de las tensiones.

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El texto anterior forma parte del siguiente artículo:

- María Rosario Fernández Domínguez (2008). El cuerpo en la estructura de la personalidad: PRH como modelo de referencia. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 62 (22,2), 175-198 (Pulsar aquí para acceder a este artículo a texto completo)

Otros artículos de la misma autora relacionados con el modelo PRH (Personalidad y Relaciones Humanas):


- Fernández Domínguez, María Rosario (2009). Construyendo nuestra felicidad para ayudar a construirla. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 66 (23,3), 231-269 (Pulsar aquí para descargar este artículo a texto completo).

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