"Ni como personas, ni tampoco como profesionales –en este caso, de la docencia– dejamos de experimentar constantemente cambios de todo tipo (biológicos, psicológicos, cognitivos, en las relaciones con los demás, en nuestra relación con el medio, con el ejercicio de cualquier actividad –el ejercicio de una profesión, por ejemplo, como es la docente– o por el efecto de influencias externas). Ocurre en la vida normal y también en el ejercicio de la actividad profesional. Podemos notarlo o no. Los cambios pueden producirse con ritmos desiguales según los casos, se muestran en direcciones múltiples que pueden ser valoradas como positivas o como negativas. No tienen o no guardan un orden necesario. Siempre nos movemos, o nos mueven. Aun los considerados como inmovilistas se mueven también, sintiendo la sensación de quedarse sin la base de lo que era “su mundo”, cuando los cambios que ocurren fuera de nosotros crean otra realidad “sin nosotros”. Esos cambios ocurren azarosamente unas veces, y otras no.
Todo ello ocurre en el tiempo físico que contiene a toda esa dinámica personal y relacional; lo que hacemos en la vida es lo que cabe en el tiempo de la vida. Es la carrera de la vida. La sucesión de acontecimientos, de acometer acciones y de afrontar situaciones dejan huella en nuestros recuerdos, cargados en mayor o menor medida, con sentimientos y emociones; un magma del que elegimos las referencias para crear la memoria y de esta forma ir tejiendo nuestra identidad. Los aspectos más destacados harán el papel de “señales” que le dan sentido al transcurrir del tiempo de cada uno. Los hitos señalados en los diferentes momentos de la vida se convierten en la referencia para construir la narración de lo que cualquiera de nosotros cree que es lo que es y cómo ha llegado a serlo. La narración de ese tiempo marcado constituirá la identidad en su dimensión diacrónica. Somos lo que recordamos que hemos hecho, lo que hemos pensado y sentido. Seremos para los demás y no dejaremos de serlo según hayamos compartido en extensión e intensidad la experiencia. Así pues, el curso o la carrera de la vida y la identidad de cada uno no los planificamos, los vamos construyendo en un proceso donde, como dijo el poeta, “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos…”. Esto, que ocurre en la vida en general, puede aplicarse a a carrera profesional para el profesorado alguna de sus facetas, como es el caso de la vida profesional, cuando ésta no se agota en la simple aplicación de técnicas a seres vistos como inertes.
Desde fuera tratamos de entender la complejidad del cambio real simplificando el caótico mundo de experiencias personales que pudiéramos decir que fluyen de manera natural. Utilizamos varias estrategias para ordenar ese caos. En primer lugar, creemos que lo que hacemos las personas y lo que nos ocurre obedece a alguna determinación conscientemente adoptada. Consideramos que los cambios contienen una lógica o se ajustan a un modelo, como si fuesen dirigidos por la voluntad de cada uno. Los cambios no son casuales, sino que arrancarían por iniciativa de los sujetos. Esa conciencia puede ser la condición que tienen algunas de las acciones de los profesores, pero en una gran medida esas acciones son cuasiautomáticas. Al no ser conscientes de estos mecanismos arraigados en hábitos, quienes los practican tendrán un lógico sentimiento de inseguridad personal cuando alguien socave los automatismos, los critique o quiera cambiarlos desde fuera.
En segundo lugar, en otras ocasiones, ante la variedad de aspectos afectados o que se involucran en los cambios que fluyen en el tiempo y las múltiples direcciones posibles que pueden adoptar, se puede pensar que los movimientos y sus efectos se producen y acumulan normalmente siguiendo un orden, como si fuesen dirigidos por algún tipo de regulación. La idea de desarrollo, por ejemplo, tan presente en la educación (así como también en la psicología, la sociología o la biología), es un ejemplo de cómo asignamos sentido a la dispersa realidad dinámica tratando de aprehenderla y explicarla como si fueran el fruto del respeto a alguna ley o aplicación de una lógica. El desarrollo alude a una sucesión de transformaciones o cambios que se despliegan secuenciadamente con el transcurso del tiempo, ordenados de alguna forma. El desarrollo lo visualizamos postulando que existen etapas que se suceden y se montan unas en otras. El progreso en el desarrollo representa llegar a niveles progresivamente superiores de responsabilidad, complejidad, riqueza o capacidad de realización, siguiendo un proceso secuencial. Se señalan tiempos, que puede ser lineales o cíclicos, para explicar lo que ocurre o tiene que ocurrir en un determinado momento. Tras la idea de desarrollo subyace la suposición de que existe un proceso acumulativo de “ganancias”, de crecimiento en saberes, habilidades, capacidades de relación y expresión, etc.
En tercer lugar, los cambios que se suceden en el curso o carrera de la vida se pueden entender como algo que siempre se produce en un contexto regulado por las instituciones, a cuyas exigencias nos acomodamos o ante las que resistimos. Los cambios se ordenan desde este supuesto con la lógica inherente, no a la voluntad de los individuos, sino en función de la acomodación a las normas sociales, las cuales permiten desviaciones más o menos significativas respecto de lo que se considera lo normal y aceptable.
Partiendo de estas premisas, trataremos ahora de aplicar derivaciones de las mismas a la consideración de la profesionalidad y la carrera docentes.
Si partimos de la idea de que si los profesores y profesoras son personas, a la vez y antes que ser docentes, suponemos que los cambios que ocurran en éstos son efecto de la interacción entre su experiencia personal y la profesional. Ser mejor o peor profesor, serlo de distinta forma, cambiar en las formas de pensar y hacer la educación, no son aspectos independientes del resto de cualidades personales y de relaciones sociales. Resulta difícil establecer un modelo de carrera docente tomando en consideración su progreso personal, fijándonos en la idiosincrasia del individuo en cada momento. Teniendo la educación un componente moral, produciéndose ésta en el seno de procesos sociales complejos, implicándose la personalidad en la práctica pedagógica, considerando los aspectos que se manifiestan en las actividades docentes, no puede pensarse que exista una profesionalidad docente nítidamente perfilada y estable, pues hay múltiples formas de pensarla, de sentirla y de realizarla. Los aforismos como los que dicen que “Cada maestrillo tiene su librillo” y el que plantea que “Puede haber alguna mala persona que sea maestro, pero no puede ser que haya buenos maestros que no sean buenas personas” nos llaman la atención sobre la intersección entre la profesionalidad y la idiosincrasia del ser personal del docente, la interacción de la profesionalidad con otras dimensiones de la persona. Los alumnos saben muy bien de la singularidad de sus profesores; seguramente son aquéllos más atinados cuando los valoran que cuando ellos son valorados por éstos.
Si por carrera se entiende la configuración, evolución y mantenimiento de la capacidad específica que es propia del ser docente en cotas aceptables de calidad docente y si, radicalmente, la profesionalidad está ligada a la dinámica personal y vital que es única para cada individuo, sólo cabe hablar de una profesionalidad docente como una agregación de particularidades. Si cada uno ha vivido, vive y tiene su propia carrera como persona y como profesional, no existe La carrera docente. Los hitos que marcarían su desarrollo son las vivencias más destacables elaboradas en el plano personal-profesional. La carrera no es estandarizable, no se pueden hacer escalas dentro de ella, no permite clasificar y jerarquizar a los profesionales. Permite entenderlos.
Por todo esto, no ha de extrañarnos que se encuentren dificultades para establecer tipologías, grados o niveles en la carrera del profesorado. No porque, como se ha dicho, las actividades que son propias del oficio estén muy estandarizadas entre a carrera profesional para el profesorado los docentes, quienes desempeñan su función de manera muy parecida. Por el contrario, consideramos que la dificultad viene de la infinita variedad de maneras de vivir y desarrollar la docencia desde el plano subjetivo del docente, desde donde nos hemos situado.
Se es docente y se identifica cada uno con una forma determinarla de serlo desde la peculiar forma de ser como persona. ¿Acaso cada uno de nosotros no ha pensado que alguien conocido no debería estar en la profesión por tener una personalidad inadecuada? No queremos utilizar el carácter no aprehensible de esta dimensión de la docencia como argumento para invalidar cualquier intento de regulación de la actividad de los y las docentes; de la necesidad de alguna modalidad de evaluación de su desempeño y de clarificación de lo que son buenas prácticas.
Sólo la historia personal y una aproximación global a la individualidad de cada docente, nos puede permitir acceder a lo que significa ser docente, a cómo se entiende a sí mismo como tal, al compromiso que mantiene con su profesión, a la satisfacción o insatisfacción que muestra su ánimo, a la idea acerca de cómo entiende su función social, a cuáles son los supuestos o teorías implícitas que sustentan su visión de los alumnos, el valor de la educación,… Desde esta perspectiva, la profesionalidad es una forma de ser, de pensar y sentir, una posición ante el mundo de la educación. Desde luego que el desarrollo profesional entendido así podría ser evaluado en alguna de las fases de la carrera profesional, como, por ejemplo, utilizando entrevistas en profundidad para conocer a quién se va a seleccionar para entrar a la formación inicial. Éste sería un procedimiento mucho más riguroso y objetivo que la simple baremación de su curriculum académico."
Texto tomado de "José GIMENO SACRISTÁN (2010). La carrera profesional para el profesorado. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 68 (24,2) 243-260."
Texto tomado de "José GIMENO SACRISTÁN (2010). La carrera profesional para el profesorado. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 68 (24,2) 243-260."
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