Se ofrece seguidamente el Editorial del número 68 (24,2) AGOSTO 2010, de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, en el que se publica un monográfico titulado "Reinventar la profesión docente. Nuevas exigencias y escenarios en la era de la información y de la incertidumbre", coordinado por Ángel I. Pérez Gómez (Universidad de Málaga)
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Reinventar la profesión docente, un reto inaplazable
La insatisfacción generalizada con la calidad de los sistemas educativos para hacer frente a los complejos e inciertos escenarios actuales, está generando la búsqueda de alternativas y reformas que no consiguen los efectos deseados. La escuela contemporánea parece una institución acomodada más a las exigencias del siglo XIX que a los retos del siglo XXI.
Nadie puede obviar la importancia de tres indicadores de insatisfacción especialmente relevantes:
1) El alto índice de abandono y fracaso escolar. Un tercio de la población no acaba la etapa obligatoria.
2) El fracaso parcial de la función compensatoria. En la actualidad la variable más definitiva a la hora de predecir el rendimiento académico de los alumnos sigue siendo el nivel cultural y los estudios de sus padres. ¿Dónde está pues la función compensatoria de la escuela?
3) La irrelevancia de gran parte del conocimiento que se aprende en la escuela. La escuela tiene dificultades para el desarrollo del pensamiento aplicado, del conocimiento crítico, de las capacidades creativas, del conocimiento que organiza los modos de sentir, de pensar y de actuar de los ciudadanos.
La insatisfacción social con la calidad de los sistemas educativos intensifica la preocupación nacional e internacional por la reforma de los mismos, por la búsqueda de nuevas formas de concebir el currículum, nuevos modos de entender los procesos de enseñanza y aprendizaje, nuevas formas de pensar la función y la formación de los docentes y en definitiva nuevos modelos de escolarización.
Los sistemas educativos han sufrido reformas continuas, en la práctica escasamente satisfactorias. El desafío actual es preparar a los ciudadanos para afrontar la cambiante, incierta, compleja y profundamente desigual sociedad contemporánea en la era de la información y de la incertidumbre. La formación de los ciudadanos contemporáneos parece requerir la traslación desde un curriculum disciplinar de acumulación y reproducción de datos, a un curriculum abierto y flexible, basado en situaciones reales, complejas, inciertas y problemáticas.
Para responder a estas nuevas exigencias, la tarea del docente debe consistir no sólo ni principalmente en enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, sino en definir y plantear situaciones en las cuales los alumnos puedan formar y desarrollar sus competencias o cualidades humanas fundamentales, es decir, construir, modificar y reformular de manera crítica y creativa sus conocimientos, actitudes, sentimientos, creencias y habilidades.
La preparación del profesorado ante estas exigencias requiere una transformación radical de los modos tradicionales de formación. Se necesitan profesionales expertos en sus respectivos ámbitos del conocimiento y al mismo tiempo comprometidos y competentes para provocar y acompañar el aprendizaje relevante de los estudiantes. La enseñanza que no consigue provocar aprendizaje en todos y cada uno de los aprendices empieza a perder su legitimidad social y profesional.
Sin embargo, caben pocas dudas de que la universidad española en general y las facultades de Ciencias de la Educación, en particular, se encuentran lejos del ideal que supone la formación de profesionales docentes competentes para la tarea que reclama la educación del siglo XXI. Después de tantas reformas de los planes de estudios, planes de adecuación, contrarreformas y proceso de Bolonia…, nuestra Universidad sigue estando saturada de las mal denominadas clases magistrales, de enseñanza pasiva y repetitiva. Unos estudios universitarios en los que el estudiante tiene que matricularse en decenas de microasignaturas, habitualmente desconectadas entre sí, junto con la masificación histórica, han convertido la enseñanza universitaria en un proceso repetitivo de lección transmisiva, toma pasiva de apuntes y reproducción fiel en los exámenes. Cuando este modelo se generaliza puede llegar a constituir un absurdo tan ineficaz como intolerable.
Lamentablemente, las facultades de Ciencias de la Educación y las instituciones de formación de docentes no constituyen una excepción a considerar, ni un ejemplo a imitar. Muy al contrario, son un caso más de la fragmentación e irrelevancia del curriculum de formación. La práctica mayoritaria en la formación actual de docentes tiene que ver con un modelo, ya obsoleto pero resistente, de supuesta aplicación diferida y directa de la teoría a la práctica. La fragmentación y descontextualización del curriculum de formación de docentes, la separación de la teoría y la práctica, de la investigación y la acción; el divorcio entre la escuela y la universidad, entre el conocimiento, las habilidades, las actitudes y los afectos…, conduce al fracaso de su misión académica y social de formar profesionales competentes. Se espera, de manera ingenua y falaz, que la habilidad de cada estudiante consiga unir y vincular los fragmentos disciplinares, aprendidos de manera abstracta y memorística, en teorías, actitudes y estrategias de acción unitarias, lo que hoy se denominan competencias. Pero las competencias o cualidades humanas personales y profesionales, como sistemas complejos de comprensión y actuación, requieren prácticas, vivencias, experiencias auténticas en contextos reales y reflexión, debate y contraste abierto de saberes personales y profesionales.
Lo más lamentable, a nuestro entender, es que frente a la oportunidad, ciertamente ambigua por el modo de llevarse a cabo, que podría haber supuesto el proceso de reforma de los actuales planes de estudio al calor de Bolonia, la realidad es que los nuevos programas aprobados de formación de docentes son, en general, tan fragmentados e irrelevantes como los anteriores. El nuevo Master Oficial en Formación del Profesorado de Educación Secundaria puede considerarse el ejemplo más palmario de esta frustración, de esta oportunidad inicialmente perdida.
Frente a esta contumaz resistencia académica universitaria, que reproduce rutinas y tradiciones fracasadas, se nos plantea la necesidad de volver a pensar el sentido actual de nuestra profesión. Parece evidente que el papel del docente no puede ya reducirse a la mera explicación de contenidos y evaluación de resultados. Esta simple función puede ser perfectamente desempeñada por recursos tecnológicos y plataformas de intercambio de información al alcance de las sociedades desarrolladas. La tarea del docente de nuestra era es mucho más compleja y más digna: acompañar, estimular y orientar el aprendizaje de todos y cada uno de los ciudadanos a lo largo de toda su vida, cuando así lo requieran las circunstancias. La enseñanza que no provoca aprendizaje en los estudiantes, y en particular en los más necesitados, no merece la pena el costo tan elevado que supone. Por ello, los docentes requerimos una formación que incluya, por supuesto el conocimiento de lo que queremos enseñar y la pasión por el saber, pero además el amor por ayudar a aprender, el conocimiento de cómo aprenden los estudiantes contemporáneos, de los múltiples recursos y formas de enseñar, de las formas posibles de organizar actividades y contextos y de evaluar procesos y productos para ayudar a aprender, así como el desarrollo de saberes, habilidades y actitudes profesionales para estimular y motivar incluso y principalmente a los que por circunstancias muy diversas no quieren, no saben o no pueden aprender.
Ante estas nuevas exigencias se impone volver a pensar de forma abierta y valiente la naturaleza de la profesión docente en todas sus dimensiones y etapas: los procesos de selección de quienes pretenden entrar en la formación inicial, los programas e instituciones de formación inicial, la selección del profesorado y su adscripción a los diferentes puestos de trabajo y centros escolares, los procesos de inmersión de los docentes noveles en la vida profesional, el perfeccionamiento y actualización continua del profesorado, la evaluación y reconocimiento de los méritos docentes, vinculados con la docencia, la innovación, la investigación y la preparación de nuevos docentes para su vida profesional…, en definitiva, reinventar la profesión docente, para dotarla de coherencia interna y desarrollarla de tal forma que pueda responder adecuadamente a las complejas e inciertas exigencias de la vida contemporánea.
Quienes estamos profesional y vitalmente implicados en la formación de docentes y en el desarrollo de la investigación e innovación educativas, no podemos mirar hacia otro lado, y debemos empezar por nosotros mismos, los formadores de docentes. Nos apela la necesidad de responder ya ante un reto inaplazable. Por ello, desde la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (RIFOP) queremos contribuir a estimular y fomentar el debate abierto, sereno, plural, y riguroso pero urgente, sobre la necesidad de reinventar la profesión docente para afrontar de forma adecuada las nuevas exigencias y nuevos escenarios educativos en la era de la información y de la incertidumbre. El presente monográfico y el congreso Profe10, que coorganizamos conjuntamente con la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga, el periódico Escuela y la Revista Cuadernos de Pedagogía, es nuestro granito de arena a este compromiso compartido.
El Consejo de Redacción de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado
En el citado número se recogen los textos íntegros de las ponencias invitadas correspondientes al Congreso del mismo nombre "Profe 10. Reinventar la profesión docente. Nuevas exigencias y escenarios en la era de la información y de la incertidumbre" (pulsar), organizado por la Universidad de Málaga, en colaboración con la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, Cuadernos de Pedagogía y el periódico ESCUELA.
EDITORIAL
Reinventar la profesión docente, un reto inaplazable
La insatisfacción generalizada con la calidad de los sistemas educativos para hacer frente a los complejos e inciertos escenarios actuales, está generando la búsqueda de alternativas y reformas que no consiguen los efectos deseados. La escuela contemporánea parece una institución acomodada más a las exigencias del siglo XIX que a los retos del siglo XXI.
Nadie puede obviar la importancia de tres indicadores de insatisfacción especialmente relevantes:
1) El alto índice de abandono y fracaso escolar. Un tercio de la población no acaba la etapa obligatoria.
2) El fracaso parcial de la función compensatoria. En la actualidad la variable más definitiva a la hora de predecir el rendimiento académico de los alumnos sigue siendo el nivel cultural y los estudios de sus padres. ¿Dónde está pues la función compensatoria de la escuela?
3) La irrelevancia de gran parte del conocimiento que se aprende en la escuela. La escuela tiene dificultades para el desarrollo del pensamiento aplicado, del conocimiento crítico, de las capacidades creativas, del conocimiento que organiza los modos de sentir, de pensar y de actuar de los ciudadanos.
La insatisfacción social con la calidad de los sistemas educativos intensifica la preocupación nacional e internacional por la reforma de los mismos, por la búsqueda de nuevas formas de concebir el currículum, nuevos modos de entender los procesos de enseñanza y aprendizaje, nuevas formas de pensar la función y la formación de los docentes y en definitiva nuevos modelos de escolarización.
Los sistemas educativos han sufrido reformas continuas, en la práctica escasamente satisfactorias. El desafío actual es preparar a los ciudadanos para afrontar la cambiante, incierta, compleja y profundamente desigual sociedad contemporánea en la era de la información y de la incertidumbre. La formación de los ciudadanos contemporáneos parece requerir la traslación desde un curriculum disciplinar de acumulación y reproducción de datos, a un curriculum abierto y flexible, basado en situaciones reales, complejas, inciertas y problemáticas.
Para responder a estas nuevas exigencias, la tarea del docente debe consistir no sólo ni principalmente en enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, sino en definir y plantear situaciones en las cuales los alumnos puedan formar y desarrollar sus competencias o cualidades humanas fundamentales, es decir, construir, modificar y reformular de manera crítica y creativa sus conocimientos, actitudes, sentimientos, creencias y habilidades.
La preparación del profesorado ante estas exigencias requiere una transformación radical de los modos tradicionales de formación. Se necesitan profesionales expertos en sus respectivos ámbitos del conocimiento y al mismo tiempo comprometidos y competentes para provocar y acompañar el aprendizaje relevante de los estudiantes. La enseñanza que no consigue provocar aprendizaje en todos y cada uno de los aprendices empieza a perder su legitimidad social y profesional.
Sin embargo, caben pocas dudas de que la universidad española en general y las facultades de Ciencias de la Educación, en particular, se encuentran lejos del ideal que supone la formación de profesionales docentes competentes para la tarea que reclama la educación del siglo XXI. Después de tantas reformas de los planes de estudios, planes de adecuación, contrarreformas y proceso de Bolonia…, nuestra Universidad sigue estando saturada de las mal denominadas clases magistrales, de enseñanza pasiva y repetitiva. Unos estudios universitarios en los que el estudiante tiene que matricularse en decenas de microasignaturas, habitualmente desconectadas entre sí, junto con la masificación histórica, han convertido la enseñanza universitaria en un proceso repetitivo de lección transmisiva, toma pasiva de apuntes y reproducción fiel en los exámenes. Cuando este modelo se generaliza puede llegar a constituir un absurdo tan ineficaz como intolerable.
Lamentablemente, las facultades de Ciencias de la Educación y las instituciones de formación de docentes no constituyen una excepción a considerar, ni un ejemplo a imitar. Muy al contrario, son un caso más de la fragmentación e irrelevancia del curriculum de formación. La práctica mayoritaria en la formación actual de docentes tiene que ver con un modelo, ya obsoleto pero resistente, de supuesta aplicación diferida y directa de la teoría a la práctica. La fragmentación y descontextualización del curriculum de formación de docentes, la separación de la teoría y la práctica, de la investigación y la acción; el divorcio entre la escuela y la universidad, entre el conocimiento, las habilidades, las actitudes y los afectos…, conduce al fracaso de su misión académica y social de formar profesionales competentes. Se espera, de manera ingenua y falaz, que la habilidad de cada estudiante consiga unir y vincular los fragmentos disciplinares, aprendidos de manera abstracta y memorística, en teorías, actitudes y estrategias de acción unitarias, lo que hoy se denominan competencias. Pero las competencias o cualidades humanas personales y profesionales, como sistemas complejos de comprensión y actuación, requieren prácticas, vivencias, experiencias auténticas en contextos reales y reflexión, debate y contraste abierto de saberes personales y profesionales.
Lo más lamentable, a nuestro entender, es que frente a la oportunidad, ciertamente ambigua por el modo de llevarse a cabo, que podría haber supuesto el proceso de reforma de los actuales planes de estudio al calor de Bolonia, la realidad es que los nuevos programas aprobados de formación de docentes son, en general, tan fragmentados e irrelevantes como los anteriores. El nuevo Master Oficial en Formación del Profesorado de Educación Secundaria puede considerarse el ejemplo más palmario de esta frustración, de esta oportunidad inicialmente perdida.
Frente a esta contumaz resistencia académica universitaria, que reproduce rutinas y tradiciones fracasadas, se nos plantea la necesidad de volver a pensar el sentido actual de nuestra profesión. Parece evidente que el papel del docente no puede ya reducirse a la mera explicación de contenidos y evaluación de resultados. Esta simple función puede ser perfectamente desempeñada por recursos tecnológicos y plataformas de intercambio de información al alcance de las sociedades desarrolladas. La tarea del docente de nuestra era es mucho más compleja y más digna: acompañar, estimular y orientar el aprendizaje de todos y cada uno de los ciudadanos a lo largo de toda su vida, cuando así lo requieran las circunstancias. La enseñanza que no provoca aprendizaje en los estudiantes, y en particular en los más necesitados, no merece la pena el costo tan elevado que supone. Por ello, los docentes requerimos una formación que incluya, por supuesto el conocimiento de lo que queremos enseñar y la pasión por el saber, pero además el amor por ayudar a aprender, el conocimiento de cómo aprenden los estudiantes contemporáneos, de los múltiples recursos y formas de enseñar, de las formas posibles de organizar actividades y contextos y de evaluar procesos y productos para ayudar a aprender, así como el desarrollo de saberes, habilidades y actitudes profesionales para estimular y motivar incluso y principalmente a los que por circunstancias muy diversas no quieren, no saben o no pueden aprender.
Ante estas nuevas exigencias se impone volver a pensar de forma abierta y valiente la naturaleza de la profesión docente en todas sus dimensiones y etapas: los procesos de selección de quienes pretenden entrar en la formación inicial, los programas e instituciones de formación inicial, la selección del profesorado y su adscripción a los diferentes puestos de trabajo y centros escolares, los procesos de inmersión de los docentes noveles en la vida profesional, el perfeccionamiento y actualización continua del profesorado, la evaluación y reconocimiento de los méritos docentes, vinculados con la docencia, la innovación, la investigación y la preparación de nuevos docentes para su vida profesional…, en definitiva, reinventar la profesión docente, para dotarla de coherencia interna y desarrollarla de tal forma que pueda responder adecuadamente a las complejas e inciertas exigencias de la vida contemporánea.
Quienes estamos profesional y vitalmente implicados en la formación de docentes y en el desarrollo de la investigación e innovación educativas, no podemos mirar hacia otro lado, y debemos empezar por nosotros mismos, los formadores de docentes. Nos apela la necesidad de responder ya ante un reto inaplazable. Por ello, desde la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (RIFOP) queremos contribuir a estimular y fomentar el debate abierto, sereno, plural, y riguroso pero urgente, sobre la necesidad de reinventar la profesión docente para afrontar de forma adecuada las nuevas exigencias y nuevos escenarios educativos en la era de la información y de la incertidumbre. El presente monográfico y el congreso Profe10, que coorganizamos conjuntamente con la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga, el periódico Escuela y la Revista Cuadernos de Pedagogía, es nuestro granito de arena a este compromiso compartido.
El Consejo de Redacción de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado
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