Dice Jaume Martínez Bonafé que nos pasamos la vida en la Academia navegando sobre un monótono oleaje de idas y venidas sobre la teoría y la técnica de la docencia, y se nos olvida que es otra la generosa sabiduría de los buenos maestros y de las buenas maestras. Es esa sabiduría que convierte el aula en objeto de deseo, y nos provoca y nos hace buscar... Y que quizá por ello lo de menos sea el programa, el proyecto de trabajo o el contenido concreto de una clase o de una práctica. Lo realmente importante es abrir la puerta de la propia complejidad para que los/as estudiantes caminen hacia la construcción del saber pedagógico apoyados en esos hilos invisibles del deseo... Y es por eso que si yo fuese profesor de historia, sociología, antropología cultural u otras materias del macroárea de Ciencias Sociales... contaría a mis alumnos/as historias como la que sigue, y les pediría que construyesen también las suyas propias...
Las campanas y sus lenguajes
José Emilio Palomero Pescador
1) Un poco de historia
Como se narra en los libros de historia, las campanas fueron utilizadas por persas, griegos y romanos. En la Edad Media tuvieron usos militares. Pero creo que fue en Italia, allá por el siglo VI, a mano de los Benedictinos, donde las campanas de bronce y con badajo de hierro se introdujeron por primera vez como un lenguaje de sentimientos, destinado a la comunicación entre la Iglesia y los habitantes de un pueblo.
Más adelante, en el siglo XII, las campanas comenzaron a hacerse más grandes, y se puso de moda instalarlas en torres que permitiesen que sus tañidos llegasen más lejos.
Estos son, de forma muy resumida, los principales antecedentes históricos de las campanas de mi pueblo, unas campanas que ya nunca nos ofrecerán las sinfonías de antaño, esas que les arrancaron del alma (a mano) mis paisanos a lo largo de generaciones, esas que también les arranqué yo mismo antes de que las nuevas tecnologías se apoderasen de ellas, arrebatándoles la viveza y sonoridad de sus antiguos repiques y señales.
Yo aún puedo hacer sonar en mi cabeza los diferentes sonidos de las campanas de mi pueblo, con sus significados tan diversos; y hasta reproducir los movimientos corporales necesarios para arrancarles sus tañidos más ancestrales...
2) Los toques de las campanas, su música
El día 11 de Junio de 1984, el diario El País publicaba una noticia que tenía como protagonista a Francesc Llop i Bayo, un joven antropólogo valenciano que por aquel entonces tenía 32 años, y que estaba escribiendo una tesis doctoral sobre los toques de campanas de Valencia y Aragón, tesis que defendió en 1988 con el siguiente título: “Los toques de campanas en Aragón”. Nadie hasta entonces había mostrado interés por codificar el lenguaje de las campanas, antes de la electrificación de los campanarios.
Con ese trabajo académico, Francesc Llop pretendía evitar la desaparición de un sonido muy especial, cargado de música, sentimiento y mensaje, que durante siglos llenó la cotidianeidad de nuestros pueblos y ciudades, y que por su magnetismo sigue desatando hoy la nostalgia.
Sabedor de que las cosas aparecen y desaparecen, porque así es la vida, un continuo fluir, no era la pretensión de este antropólogo que las campanas volviesen a tocar, sino tan sólo evitar que los campanarios de antaño enmudeciesen sin pena ni gloria. Por ello se dedicó a escribir sus ecos contra el olvido, recopilando para la posteridad varios centenares de toques diferentes de treinta pueblos aragoneses y de la ciudad de Valencia, en un momento en que ya habían desaparecido el noventa y nueve por ciento de los toques, así como la mayor parte de los campaneros.
Dice este antropólogo que las campanas tienen un lenguaje más potente que el de los medios de comunicación social, lenguaje que las hacía llegar a toda la comunidad sin tener que recurrir al periódico, la radio o la tele. Ellas marcaban los ritmos del día con sus diferentes toques, indicaban dónde ocurrían las cosas, si se había desatado un fuego o amenazaba algún otro peligro, si era día festivo o si alguien había muerto...
En los pueblos pequeños había seis o siete toques diferentes. En las grandes ciudades podía haber hasta 200. Cuando las campanas fueron electrificadas sufrieron una descarga de muerte, al quedar electrocutados sus viejos lenguajes, que ahora funcionan con ciclos cortos y repetitivos, frente a la versatilidad de los campaneros de antaño, que las hacían hablar a mano, arrancándoles los más variados y fluidos ritmos musicales. Unos ritmos que, al recordarlos, me despiertan el deseo de pensar en la música, en su sentido y significado.
La música es la forma más rápida y abreviada de las emociones (Toisley). Embruja y hechiza. Con ella podemos pintar el silencio; sin ella la vida seria un error (Nietzche). La música nombra lo innombrable, comunica lo imposible de conocer (Bernstein), expresa aquello que es imposible callar (Víctor Hugo).
Si miramos con suficiente profundidad, la música está en todas partes, en la naturaleza, en el arte, en el cine, en la literatura, en las matemáticas, en una puesta de sol, en la vida, en el nacimiento de cualquier amor, en los campanarios... Es el alma del universo, da alas a la mente, vuelo a la imaginación, y encanto y tranquilidad a la vida y a todo (Platón).
Pues bien, como dice Francesc Llop i Bayo, las campanas son la única música viva que existe. Suenan siempre igual y nos transmiten la misma música del momento de su fundición. Con ellas se ofrecen hoy auténticos conciertos. Según este antropólogo, no sabemos como sonaban los instrumentos musicales de hace más de un par de siglos, pero si sabemos como sonaban las campanas. Por eso su tañido sirve para reflexionar y retrotraernos a épocas pasadas.
Las investigaciones de este autor, que sigue en la brecha, han generado un movimiento a favor de la deselectrificación de las campanas, a la vez que han permitido rescatar muchos de sus toques y, también, organizar conciertos de campanas en los pueblos.
3) Las campanas de mi pueblo y sus lenguajes
Tras las anteriores referencias a la historia y a la música de las campanas, bajaré ahora a un terreno más concreto y describiré los toques tradicionales de las campanas de mi pueblo, no sin antes advertir que me fui muy pronto del mismo y que, en consecuencia, lo que pueda contar aquí se lo tendré que arrancar a una de las zonas más profundas de mi memoria.
La campanas de mi pueblo, seculares, fueron una de las principales fuentes de comunicación de mis antepasados desde tiempos muy lejanos, e incluso hoy siguen alegrando festejos o llorando a los muertos, aún cuando ya no sean capaces de hablarnos como lo hacían antes, porque ya nadie las hace cantar, llorar o reír con sus propias manos, como lo hicieron con oficio y destreza, y desde tiempos muy remotos, los campaneros de Aldeaseca de la Frontera (Salamanca), mi pueblo.
Ellas marcaron durante años el ritmo de cada día (el toque de misa cada mañana, el de ángelus al mediodía, el de ánimas por la noche), repicaron alegremente todos los domingos y festividades, alertaron de peligros y amenazas, cantaron alegrías, bodas o bautizos, aliviaron penas en las últimas despedidas, y, en definitiva, modularon los sentimientos y emociones de los habitantes del pueblo desde tiempos inmemoriales.
De todo ello, y en particular de sus principales toques, hablaré seguidamente con más detalle.
3.1) Tocar a misa (días de diario)
Los días de diario se tocaba a misa sobre los nueve de la mañana. Para ello se utilizaba la campana principal, la grande, la que está en el frontal de la Torre, mirando hacia Peñaranda de Bracamonte. Si no recuerdo mal, se daban unas veinte campanadas, una de detrás de otra, de forma rápida, y después se hacía una breve pausa, tras la cual se daban otras tres campanadas más, separadas una de otra. Para ello se utilizaba una cuerda existente en la sacristía, al entrar en ella a la izquierda, desde la que se podía tocar directamente la citada campana. El toque inicial iba seguido del resto de las señales: en primer lugar “las dos” (un par de campanadas), posteriormente “la una” (una única campanada), y finalmente “las todas” (quince o veinte campanadas seguidas; creo que no había un número fijo). Tras “las todas” comenzaba inmediatamente la misa diaria.
Tocar a misa era una tarea que frecuentemente realizaban, a indicación del párroco del pueblo, los monaguillos de los tiempos que estoy rememorando, entre quienes me encontraba, junto con otros niños del pueblo. Era un trabajo fácil de ejecutar, que exigía sin embargo tirar con fuerza de la soga. Desde el momento del primer toque hasta el inicio de la misa solían transcurrir aproximadamente treinta minutos.
3.2) Tocar a misa (domingos y días festivos)
Los domingos y festividades la misa se celebraba sobre las doce, si bien el primer toque se producía hacia las once de la mañana. Para esta primera señal era imprescindible subir a la Torre, para desde lo más alto de la misma ofrecer a toda la población un repiqueteo de tono festivo, alegre, atronador, de gloria, cargado de música; un pequeño concierto de campanas, que llenaba de sonoridad y de vida todo el pueblo, y cuyas melodías podían llegar a escucharse en otros pueblos vecinos, en dependencia de cómo soplase el viento aquel día.
Fue esta una tarea que yo mismo ejecuté en incontables ocasiones, al igual que otros de mis coetáneos. Repicar las campanas era, al menos para mí, una experiencia especialmente atractiva y placentera, de esas que hechizan, que embriagan y que despiertan muchas emociones. Aún hoy puedo reproducir mentalmente, creo que con bastante fidelidad, los sonidos que emitían las campanas de Aldeaseca antes de ser electrificadas, así como los ritmos y movimientos corporales necesarios para conseguir un buen repiqueteo. Sonidos que me siguen despertando las mismas emociones de entonces.
Para tocarlas, quien ejercía de campanero se situaba en el centro de la Torre, en la explanada final de la misma, mirando hacia la campana principal. Tomaba con la mano derecha la cuerda correspondiente a la misma, y con la izquierda una segunda cuerda que conectaba los badajos de las dos campanas que quedaban situadas a su izquierda. Seguidamente, el campanero tensaba bien la cuerda de la campana grande y comenzaba a repiquetearla de forma casi compulsiva (tan, tan, tan, tantararatatán, tantararatatán, tantararatatán..., tan, tan, tantararatatán, tantararatatán, tan, tan...), para seguidamente hacer sonar al mismo tiempo, de forma simultánea, y combinándolas con la campana grande, las dos campanas que miran a Paradinas de San Juan (tlan, tlan, tantararatatán, tlan-tlan/tan-tlan, tantararatatán, tantararatatán; tan, tan / tan, tan, tantararatatán, tantararatatán, tlan, tlan, tantararatatán, tlan/tlan...), y así una vez tras otra, durante diez o quince minutos, marcando ritmos distintos, diferentes combinaciones, según la conveniencia, espontaneidad y creatividad del músico/campanero de turno, para finalizar con tres campanadas sueltas y separadas ejecutadas con la campana grande. Había una cuarta campana (más pequeña), la que mira al Monte Arauzo, cuya actividad no recuerdo y que en todo caso no se utilizaba para estos menesteres, aunque desde hace unos años, tras su electrificación, sigue tañendo.
Tras el toque bullicioso y festivo que convocaba a la misa de domingos y fiestas, seguían el resto de las señales, que se daban desde la sacristía, al igual que los días de diario: “las dos”, “la una”, “las todas”, y finalmente, unos cinco minutos más tarde, de nuevo otra “una” final, exclusiva de domingos y festivos. Desde el momento del repiqueteo inicial hasta esta última “una” habían pasado unos sesenta minutos. Tras la segunda “una”, la misa comenzaba. Al salir, unos tres cuartos de hora más tarde, a los niños nos esperaba en la plaza la ruleta del señor Bernadino, el barquillero de nuestra infancia...
3.3) El toque de clamor, o cuando las campanas lloran
Como en los toques festivos, en los toques de clamor quien ejercía de campanero también debía subir a la Torre, a su explanada final, y situarse en el centro de ella, mirando hacia la campana grande o principal. Tomaba con la mano derecha la cuerda correspondiente a la citada campana, y con la izquierda la cuerda que conectaba los badajos de las dos campanas que miran hacia Paradinas de San Juan, que quedaban situadas a la izquierda del campanero.
Seguidamente, el campanero comenzaba a tañer de forma pausada y lenta, y con el ritmo que describo seguidamente: tan, tin, tan, ton / tan, tin, tan, ton / TLON, TLON / tan, tin, tan, ton / tan, tin, tan, ton / TLON, TLON..., etc.
El “tan” se corresponde con el toque de la campana del lateral derecho de la Torre, la que está situada a la izquierda si miramos desde el antiguo frontón de la plaza. El “tin” con el toque de la otra campana del frontal derecho, El “ton”, con el toque de la campana grande. El “TLON”, finalmente, se corresponde con el toque de las tres campanas juntas a la vez, al unísono.
Esta cadencia, que despierta sentimientos de nostalgia, melancolía y tristeza es la que hace llorar de forma lastimera a las campanas de Aldeaseca. Se trata del toque de clamor, de difuntos, a muerto, que se activaba con sus correspondientes modalidades, buena parte de ellas ya en desuso, en diferentes momentos de la vida de mi pueblo. Las describiré en el siguiente capítulo.
3.4) Por quién doblan las campanas
Hace unos días caía en mis manos el prólogo de una de las novelas más emblemáticas y universales de Ernest Hemingway: “Por quién doblan las campanas”, del que tomo en préstamo un hermoso texto: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente... (por ello) la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
3.5) Doblan las campanas: La noche del día uno de noviembre
Durante toda la noche del día uno de noviembre (día de todos los Santos), y hasta el amanecer del día dos (día de las Ánimas), las campanas tañían ininterrumpidamente (siguiendo el ritmo que he señalado anteriormente, el del toque de clamor), en recuerdo de todos los difuntos.
Siendo niño, me sobrecogía la marcha fúnebre de las campanas de mi pueblo durante toda esa larga noche del uno al dos de noviembre. Creo que era un sentimiento común, que ese tañido tan penetrante y lastimero nos sobrecogía a todos.
Desde que tenía diez años no he vuelto a escuchar este clamor largo y sostenido de las campanas de mi pueblo, puesto que la última noche de todos los Santos que pasé en Aldeaseca fue la de 1957. A pesar de ello, aún hoy puedo reproducir mentalmente los escenarios y acordes de aquel doblar incesante, así como las emociones asociadas a los mismos. Era una noche especialmente estremecedora, en la que las campanas doblaban de forma ininterrumpida gracias a la participación de diferentes campaneros, que no eran otros que los “mozos” jóvenes del pueblo, que arrancaban a las campanas sus gemidos por turnos.
3.6) Doblan las campanas: La señal por los muertos
La señal, que es un toque de clamor de unos cinco minutos, se tocaba y toca al producirse la muerte de algún vecino, habitante u originario del pueblo. Recuerdo que cuando yo era niño la señal se daba, normalmente, a primera hora del día, al salir el sol, y que era esta la forma de anunciar a todo el pueblo que algún vecino había fallecido.
3.7) Doblan las campanas: El toque de clamor en funerales y entierros
El toque de clamor se utilizaba y utiliza también para tocar a misa en el caso de los funerales. El resto de los toques para estas misas eran idénticos a los de los domingos, ya descritos. Las campanas también doblaban mientras se conducía el cadáver, a hombros de familiares y amigos, hasta el cementerio.
Y a propósito de muertes, funerales y entierros, recordaré aquí aquellos versos, ya clásicos, que nos cantaba hace siglos Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida y avive el seso contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando.”
3.8) Campanas y silbatos de laurel (El domingo de Ramos)
Rememoro seguidamente las presencias y silencios de las campanas durante la liturgia de la Semana Santa, que tiene su punto de partida en el domingo de Ramos y que culmina en el domingo siguiente, el de Resurrección.
El domingo de Ramos, celebración alegre, festiva y multitudinaria, marca el punto de partida de una semana en la que se mezclan dos grandes tradiciones litúrgicas, una de pasión y la otra de gloria. Este día, el repiqueteo de las campanas era especialmente festivo. Ellas nos llamaban a misa y nos acompañaban después en la procesión de los ramos, una especie de bosque ambulante de laureles. Este repiqueteo de las campanas tenía, por otra parte, un reflejo mimético en los silbidos penetrantes de aquellos improvisados silbatos que niños y no tan niños fabricábamos, navaja en mano y con rapidez increíble, una vez que se distribuían los ramos de laurel en la Iglesia, hacia la mitad de la misa.
Aquella mezcla de acordes y desafinos serían ya difíciles de acallar, a pesar de las protestas de Don Eduardo (el sacerdote) durante el resto de la misa. Estos mismos laureles eran, por otro lado, los que nos iban a acompañar después en los guisos caseros a lo largo de todo el año. El silbato se construía con un trocito de rama de laurel, de unos ocho o diez centímetros de longitud, que se rajaba por la mitad con una navaja, y en cuyo interior se instalaba un trocito de hoja cortada a medida. El instrumento se terminaba de construir atándolo por ambos extremos con hilo de bramante u otro material similar. Después se soplaba por la leve apertura que quedaba entre las dos partes del trocito de rama, haciendo vibrar la hoja con diferentes tonos e intensidades. Resuenan ahora en mis oídos los acordes, tan extraños como familiares, de esta especie de concierto salvaje de los Domingos de Ramos de mi infancia.
3.9) Cuando las campanas se quedan en silencio
Unos días más tarde, el Jueves Santo, las campanas se quedaban repentinamente en silencio, siendo sustituidas por carraclas y carranclones, que anunciaban días de pasión, que por otra parte se convertían en una ocasión lúdica y festiva para los niños del pueblo.
El día de Jueves Santo, en el momento en que Don Eduardo iniciaba el cántico del "Gloria in excelsis" (himno propio de las liturgias católicas y ortodoxas), las campanas comenzaban a repicar con fuerza y de forma festiva, ofreciendo a todo el pueblo una sensación de alegría, al mismo tiempo que en el interior de la Iglesia, en el altar mayor, uno de los monaguillos agitaba con brío las esquilillas.
Después, al terminar el "Gloria", las campanas y las esquilas se quedaban mudas, permaneciendo en silencio hasta el siguiente “Gloria”, el del Sábado Santo, que el sacerdote entonaba durante la Vigilia Pascual. En este momento se rompía el silencio de las campanas, símbolo de la muerte, y volvían de nuevo los tañidos atronadores y festivos, que anunciaban desde el campanario la resurrección y la vida. Una especie de himno de la alegría.
Por otra parte, desde el Gloria del Jueves Santo hasta el Gloria de la Vigilia Pascual, ya bien entrada la noche, campanas y esquilas eran sustituidas por carraclas y carraclones, las primeras un tanto chillonas, las segundas de sonido más bronco. Y así, el silencio del campanario dejaba paso a la percusión seca, desapacible y horrísona de aquellas carracas de madera que tanto apasionaba tocar, durante estos días, a todos los niños del pueblo. Un auténtico juguete para nosotros.
En aquellos tiempos cada uno de los niños teníamos nuestra carracla, un instrumento musical de percusión, de la familia de los idiófonos, a la que también pertenecen castañuelas, maracas, platillos, xilófonos, sonajas, cascabeles o matracas...
Para nosotros, el uso de la carracla (muy popular y cargada de grandes significados en la cultura tradicional), estaba prácticamente reservado, año tras año, al Jueves, Viernes y Sábado Santo. Con nuestras carracas o carraclones, los niños de Aldeaseca, todos juntos, en pandilla, íbamos anunciando por todo el pueblo, calle por calle, los actos a celebrar durante esos días, es decir, los oficios de la Semana Santa.
Quiero destacar que la carracla (instrumento que a pesar de su popularidad tiene escasas posibilidades musicales, aún cuando haya sido usada ocasionalmente por algún que otro músico clásico), nos resultaba, en aquellos días de luto y silencio, especialmente atractiva a los más pequeños del pueblo, siempre dispuestos, como todos los niños del mundo, a jugar con cualquier instrumento ruidoso. Las tomábamos con nuestra mano por el manubrio y a base de movimientos giratorios del brazo las hacíamos sonar ruidosamente, volteando toda la armadura del instrumento. Era el roce de su rueda dentada con la lengüeta la que provocaba su peculiar y desasosegante música.
A mi juicio, esta especie de fiesta de las carraclas, que los niños celebrábamos año tras año durante unos días en que las campanas enmudecían a causa del luto, tenía un cierto morbo. Quiero decir con ello que la Semana Santa representaba para los niños una ocasión excepcional para meter ruido con el beneplácito de los adultos. Era como tener permiso para transgredir el silencio, para agredir de forma descarada, y sin riesgo de ser castigado, los oídos más blandos y los más duros, para saltarse sin consecuencias el nivel máximo de decibelios permitido en la silenciosa llanura castellana. Los niños teníamos durante estos días todas las bendiciones, incluidas las eclesiásticas en tiempos del nacionalcatolicismo, para meter un ruido atronador a lo largo y ancho de todo el pueblo, con la ventaja añadida de que no había autoridad alguna que pudiese prohibir aquel ruidoso concierto de percusión, con sus sonidos, más chillones o más broncos, según cada carraclón o carracla, pero en cualquier caso desapacibles y secos. Y este ruidoso concierto se repetía varias veces al día, y por todo el pueblo, cada Jueves, Viernes y Sábado Santo, sin posibilidad alguna de represalia por parte de autoridades, padres o cualquier otro adulto: ¡Menudo privilegio!
4) Las campanas y sus mensajes: La paz, la vida (el eros), la muerte...
Y ya para finalizar, quiero dejar constancia de algunos de los sentimientos más bellos que han despertado las campanas en los poetas. Así que allá van algunos de los poemas más célebres sobre las campanas, en los que se nos ofrecen hermosos reflejos, pinceladas metafóricas, de algunos de los grandes temas que ocupan y preocupan al ser humano: La paz, la solidaridad, el amor, el eros, la vida, la nostalgia, la soledad de los muertos...
4.1) Las campanas doblan por ti (John Donne)
En primer lugar, retomo mi anterior referencia al prólogo de “Por quien doblan las campanas” (Hemingway, 1940), puesto que las palabras que allí se recogen en realidad forman parte de un poema de John Donne, una meditación metafísica titulada “Las campanas doblan por ti” (1624), cuyos versos, sobrecogedores, encierran toda una lección de pacifismo.
Cito seguidamente el poema completo:
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
4.2) Campanario pleno (Lil Picado)
Citaré en segundo lugar “Campanario pleno”, un poema lleno de alusiones simbólicas al erotismo de las campanas, al amor, a la vida..., y que forma parte del libro “Vigilia de la hembra”, el poemario más conocido de la poetisa costarricense Lil Picado.
Ya repican mis campanas
los albores de mi cuerpo;
un ángelus verde y loco
me galopa en el cerebro,
me traspasa todo el vientre,
¡ay!, me resuena en todo el sexo.
Por ti llaman mis campanas
a los oficios primeros,
¡ay!, oficios de ternura
de la liturgia del beso.
Mi pecho ahora es campanario
gozándome por los senos.
Soy toda yo una campana
abriendo su oculto sueño.
¡Soy un repicar silvestre
inundando el viento entero!
4.3) Las campanas (Rosalía de Castro)
Recojo por último otro hermoso poema sobre las campanas, el de Rosalía de Castro, la poetisa gallega que cantó la nostalgia, el dolor, las penas, el sufrimiento...
En él, Rosalía de Castro teme no volver a escuchar el tañido familiar de las campanas, transmitiéndonos su pena y nostalgia: “Si por siempre enmudecieran, ¡qué tristeza en el aire y el cielo! ¡Qué silencio en la iglesia! ¡Qué extrañeza entre los muertos!”
Yo las amo, yo las oigo,
cual oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido de cordero.
Como los pájaros, ellas,
tan pronto asoma en los cielos
el primer rayo del alba,
le saludan con sus ecos.
Y en sus notas, que van prolongándose
por los llanos y los cerros,
hay algo de candoroso,
de apacible y de halagüeño.
Si por siempre enmudecieran,
¡qué tristeza en el aire y el cielo!
¡Qué silencio en la iglesia!
¡Qué extrañeza entre los muertos!