Zaragoza, 20 de octubre de 2013
Estimada Julia:
Hace un tiempo hice un comentario, en otro espacio de la aldea global, que ahora repito en este post dedicado a ti y a tu pequeño hijo.
Tómatelo como una especie de prolongación de mis clases de hace unos años, cuando tú eras mi alumna, primero en Magisterio y más tarde en el Postgrado en Psicomotricidad y Educación de la Universidad de Zaragoza.
Tómatelo como una especie de prolongación de mis clases de hace unos años, cuando tú eras mi alumna, primero en Magisterio y más tarde en el Postgrado en Psicomotricidad y Educación de la Universidad de Zaragoza.
Fue un comentario sobre la ternura, una cualidad exclusiva del ser humano, que resulta excepcionalmente importante para el desarrollo emocional de los niños, para la maduración de su personalidad.
Decía que la ternura, en tanto que sustantivo, viene del latín "teneritia", que evoca la idea de algo blando, suave, desprovisto de cualquier clase de rigidez o dureza. Y que en tanto que adjetivo viene de "tendere", que significa proyectarse, tender la mano, el corazón, salir fuera de si para ir al encuentro del otro de manera incondicional.
Añadía que hombres y mujeres somos tiernos desde nuestros más remotos orígenes, allá en la noche del tiempo, y que cada ser humano puede y debe intentar desarrollar este sentimiento.
Seguía indicando que las investigaciones sobre el origen de la ternura mantienen la hipótesis de que el ser humano fue originalmente un ser esencialmente dulce, entrañable, tierno y amoroso, hipótesis que los científicos basan en una capacidad funcional que es exclusiva de nuestra mano, su concavidad.
Efectivamente, es gracias a la concavidad de la mano y a su pericia para rodear en círculo objetos esféricos, que hombres y mujeres hemos desarrollado, desde una perspectiva filogenética, la capacidad para acariciar a nuestros niños y para ser dulces con ellos.
Efectivamente, es gracias a la concavidad de la mano y a su pericia para rodear en círculo objetos esféricos, que hombres y mujeres hemos desarrollado, desde una perspectiva filogenética, la capacidad para acariciar a nuestros niños y para ser dulces con ellos.
Esta característica de la mano es una auténtica fortuna para nuestra especie, puesto que los niños y las niñas necesitan ser amados de forma incondicional para crecer sanos, necesitan leche (cuidados) y miel (dulzura) para su crecimiento, y es esa miel (la ternura, la dulzura), tan necesaria para su desarrollo emocional, la que los estudiosos del tema creen conectada con la concavidad de nuestras manos.
Querida Julia, ya termino. No olvides nunca, y menos ahora que ejerces como maestra y que acabas de tener un hijo, aquello que tanto debatíamos en clase: Que la ternura y el amor incondicional son imprescindibles para el desarrollo emocional de nuestros hijos y de nuestros alumnos, que resultan indispensables para que crezcan como personas y se conviertan en seres humanos maduros.
Querida Julia, ya termino. No olvides nunca, y menos ahora que ejerces como maestra y que acabas de tener un hijo, aquello que tanto debatíamos en clase: Que la ternura y el amor incondicional son imprescindibles para el desarrollo emocional de nuestros hijos y de nuestros alumnos, que resultan indispensables para que crezcan como personas y se conviertan en seres humanos maduros.
Recibe un afectuoso saludo,
José Emilio Palomero
1 comentarios:
Qué falta hace la ternura en nuestras vidas.Estupendo el articulo Jose Emilio.Yo creo que la ternura nace en la cuna y crece en la familia.
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