Pablo Palomero Fernández (1998). Cultura y educación en el Anarquismo. España 1868 - 1939. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 33 (12,3), 183-193.
El presente artículo trata de constatar la importancia concedida en los círculos anarquistas de la España de fines del siglo XIX y principios del XX a la educación y la cultura como instrumentos capaces de transformar la realidad. En un primer apartado, se ofrece un marco general que permita al lector conocer los rasgos elementales de la ideología, mentalidad y planteamientos vitales de las personas afines a lo libertario. A continuación, se hace un repaso de las propuestas teóricas de la pedagogía libertaria para, en último lugar, revisar de forma crítica algunas de las experiencias educativas de signo ácrata desarrolladas en España entre el comienzo de un período revolucionario (1868) y el final de otro (1939).
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Cualquier acercamiento al movimiento libertario español exige, sin lugar a dudas, la comprensión de ese universo cultural que fluye a su alrededor. [En efecto], desde sus orígenes, las manifestaciones culturales fueron un elemento esencial para el movimiento libertario español. Y, dado que iban asociadas a un proyecto social revolucionario, eran, a la postre, una forma más de acción directa en el proceso de construcción de la sociedad futura; aquel mundo utópico en el que las relaciones humanas no estarían basadas en la coacción sino en el respeto a la libertad individual. De hecho la cultura anarquista se nos presenta como una radical oposición al mundo burgués-capitalista, a su organización injusta y a su miseria moral...
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Al acercarnos a los planteamientos educativos libertarios, por encima de la diversidad que nos pueda mostrar una ideología y un movimiento social tan heterogéneo como el anarquismo, podemos distinguir algunos rasgos comunes que giran fundamentalmente en tono a dos ideas centrales: la educación antiautoritaria y la educación integral.
La educación libertaria preconizada por Bakunin parte de que en las primeras etapas del desarrollo del niño, a causa de la escasa maduración de su inteligencia, se hace necesario que el maestro imponga autoridad; autoridad que deberá ir dejando paso, conforme el niño evolucione y crezca, a la libertad. Ésta y sólo ésta es el objetivo final de la de la pedagogía libertaria; a saber: conseguir que el niño llegue a pensar por si mismo, a dirigir su propia vida y a ser dueño de sus actos. Evidentemente los anarquistas consideraban que una persona educada según estos principios se convertiría, una vez llegase a la edad adulta, en amante de la libertad, la propia y la ajena.
Partiendo del antiautoritarismo, se incide en la necesidad de respetar al estudiante, otorgándole autonomía, capacidad de decisión y favoreciendo su participación activa en el proceso de aprendizaje. En consecuenica, el centro de atención se desplaza desde el educador hacia el educando. El maestro ya no aparece como una figura de autoridad que impone sus dogmas al niño, sino como un compañero que facilita el desarrollo de las capacidades e intereses propios de cada alumno.
Esto es esencial, puesto que el hecho de que se preconizase una educación igualitaria, no quiere decir que ésta debiera ser uniformadora; por el contrario, la educación libertaria pretendía promover lo específico de cada persona. Se trataba, en definitiva, de educar en la libertad, respetando el libre desarrollo de los aspectos físico, intelectual y moral del individuo. Entendían los anarquistas que una nueva relación maestro-alumno potenciaría el interés natural de los niños por el aprendizaje, interés que la educación tradicional puramente dogmática y memorística había matado.
Una cuestión capital en este sentido será la de motivar al alumno, para lo cual Robin o Kropotkin apuestan por la utilización pedagógica del juego así como por la estimulación de la tendencia natural de los niños a imitar las actividades de los adultos. En cualquier caso, la figura del maestro pasa a ser un simple apoyo que debe favorecer en el alumnado el autodescubrimiento...
Enlazando con la idea de autodescubrimiento, es preciso hacer mención a la importancia concedida al aprendizaje autodidacta y fuera de los cauces habituales de formación. De hecho, la acción educativa nunca estuvo restringida, para los lbertarios, ni a unas instituciones escolares ni a unas edades determinadas, sino que se extendió a través de una amplia red de bibliotecas, ateneos y grupos artísticos. En ellos se proporcionaba una formación no sistemática y unas posibilidades de desarrollo personal que facilitaron el acceso a los niveles más básicos de cultura a gran número de campesinos y obreros que anteriormente eran analfabetos.
La educación integral será otra de los reivindicaciones constantes desde los medios anarquistas. Este tipo de educación se basaba en una concepción global del ser humano y la pretensión de lograr un desarrollo armonioso y equilibrado de todos los aspectos de su naturaleza: físicos, morales e intelectuales. Esta concepción de la naturaleza humana chocaba fuertemente con la difundida por el catolicismo, aquella que había relegado a un segundo plano los aspectos físicos por debajo de los intelectuales. En defensa de la educación integral, se sacaron a la luz dos temas delicados como eran la educación sensitiva y la educación sexual, lo que despertó las iras de los sectores conservadores.
Aparte de lo anterior, debemos tener en cuenta que la educación integral, aportación teórica de Paul Robin que él mismo puso en práctica en el orfelinato de Cempuis, atacaba directamente uno de los pilares del sistema capitalista: la división entre trabajo manual e intelectual que había sido habitualmente utilizada para justificar la separación entre clases trabajadoras y clases directivas (dominadoras)...
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Escuelas libertarias actuales
La Escuela Libre Paideia, una escuela única
La Escuela Libre Paideia es una escuela libertaria que comenzó a funcionar en enero de 1.978 en Mérida (pulsar aquí). Sus orígenes se encuentran en Fregenal de la Sierra y en su intento de Escuela en Libertad abortado por la Administración franquista. Esta iniciativa vino de la mano de tres mujeres profesionales de la educación: Concha Castaño Casaseca, María Jesús Checa Simó y Josefa Martín Luengo (pulsar aquí).
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