El violinista de la estación



Voy a narrar una historia que me parece interesante, de esas que hacen pensar hondo.

Me la contó un viejo amigo y, tras contrastarla, dejo aquí constancia de ella.

Es un poco larga, pero quizá merezca la pena leerla..., y sacar después conclusiones, cada cual las suyas.



Es como sigue...

Un hombre vestido con vaqueros, una camiseta y una gorra de béisbol, se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero de 2007.

Durante los siguientes 43 minutos, interpretó seis obras de Bach con una maestría increíble. Durante ese tiempo, pasaron ante él mil setenta personas, casi todas camino de sus trabajos.

Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.

Un minuto más tarde, el violinista recibió su primer donativo: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha. Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino.

Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños, pero todos los padres, sin excepción, les forzaron a seguir la marcha.

En los casi tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo vientiseite personas le dieron dinero. Siete de ellas se detuvieron, mientras que las veinte restantes ni tan siquiera interrumpieron su camino. El violinista recaudó en total 32 dólares. Cuando terminó de tocar, nadie pareció advertirlo y se hizo un profundo silencio. No hubo aplausos, ni reconocimientos.

Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se hayan escrito alguna vez en un Stradivarius de 1713, un violín tasado en 3.5 millones de dólares.

Esta historia es una historia real, que tuvo lugar el día 12 de enero de 2007, y que fue recogida por diferentes medios de comunicación. Como el lector podrá comprobar, el diario El País dejaba constancia de ella el nueve de abril de 2007, en un reportaje titulado "La belleza pasa desapercibida", "Un virtuoso con un violín Stradivarius no logra llamar la atención de los viajeros del metro de Washington" (Pulsar aquí).

Efectivamente, el virtuoso en cuestión, Joshua Bell (Estados Unidos, 1967), es uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca.

No es que hubiera caído repentinamente en desgracia, sino que estaba protagonizando un experimento social promovido por el diario The Washington Post: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza, y si somos capaces de ver el talento en un contexto inesperado.

Se pueden sacar muchas conclusiones de esta historia; y es que si no somos capaces de reconocer y detenernos a escuchar a uno de los mejores violinistas del mundo, interpretando la mejor música jamás escrita, nada menos que con un Stradivarius de 1713, ¿qué otras cosas estaremos ignorando o despreciando?, ¿qué nos estaremos perdiendo?, ¿en base a qué criterios valoramos a las personas?, ¿por qué nos engaña con tanta frecuencia el cerebro?

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