"Sería necesario un cambio radical de nuestra sociedad, que permita
reducir la violencia estructural, pues la agresividad, como señaló Fromm
hace tiempo, solo podrá ser reducida si el sistema social es capaz de
desarrollar unas condiciones socioeconómicas que permitan la
satisfacción de las necesidades y potenciales humanos."
Gracias a las aportaciones de la psicología (Freud, Lorenz, Dollard, Miller, Berkowitz, Skinner, Bandura, Geen.) conocemos las causas y condiciones inmediatas de la violencia directa o agresividad personal. Pero, como señala Galtung, el análisis de la violencia quedaría incompleto si no contemplamos, al tratar de explicarla, el papel que en ella juega la violencia cultural o indirecta, generada por las estructuras de nuestra sociedad; una violencia sutil, envolvente y frecuentemente invisible, que impregna todo el entramado social; una violencia que, incorporada al sistema, se manifiesta en todo tipo de injusticias sociales, económicas, de género, raciales o de cualquier otro signo, que provocan una radical desigualdad de oportunidades ante la existencia.
Por ello y haciendo una lectura global del problema podemos afirmar que es esta violencia cultural, sistémica, estructural o indirecta la condición principal de la violencia directa o agresividad personal. Situados en esta perspectiva global, la violencia en las aulas presenta estos dos mismos perfiles.
El de la violencia directa, que se manifiesta en diferentes formas y tipos de agresión -física, psicológica o moral- de carácter personal: entre profesores, entre alumnos, entre alumnos y profesores, contra personas o contra objetos, o en otros niveles y contextos del entorno escolar.
Y el de la violencia estructural, cuya presencia envuelve el micro, el meso, el exo y el macrosistema escolar, y que a tenor del discurso anterior se presenta como la condición principal de la violencia directa o personal. Una violencia que causa graves daños a nuestros niños y adolescentes, en tanto que obstáculo principal e invisible que explica el diferencial existente entre su nivel de autorrealización real y su zona de autorrealización potencial. Por todo ello no es posible analizar la escalada de la violencia en las aulas sin este referente de fondo, que exige que los problemas se aborden desde una perspectiva sistémica, envolvente y global.
Centrándonos en la violencia de los estudiantes, que por su notable incremento inquieta, preocupa y desconcierta a padres, profesores y administradores del sistema educativo en general, no podemos reducir sus causas, tan solo, a sus raíces biológicas o instintivas; ni a problemas personales; ni a dificultades de índole familiar; ni a las "amistades peligrosas"; ni al influjo de las pantallas y de los medios de comunicación social.
Es imprescindible recurrir a una explicación pluricausal e interdisciplinar, en la que juegan un papel muy importante los factores señalados, pero en la que aparecen en primer plano, como raíz y semilla de la violencia directa o personal, la propia estructura escolar y sus métodos pedagógicos, así como un amplio conjunto de factores de carácter político, económico y social, fiel reflejo de la violencia indirecta o estructural.
Como ha señalado Rojas Marcos, nuestra sociedad exalta y promueve por diversos cauces la competitividad, la supervivencia del más fuerte, el enfrentamiento y la rivalidad. En ese sentido, la violencia está en todas partes, en nuestras casas, en la calle, en la política, en los ejércitos, en el cine, en el deporte, en las videoconsolas, en las pantallas de televisión, o en internet, la principal pantalla de la aldea global.
Por ello deberíamos preguntarnos sobre qué tipo de valores estarán interiorizando nuestros niños y jóvenes, no vaya a ser que estemos agitando los fantasmas de su thanatos, rodeados como están de mensajes, héroes y modelos que rezuman violencia y agresividad. Así pues, el problema fundamental no es lo que sucede en la escuela, sino lo que está sucediendo en la sociedad, por lo que resulta muy peligroso, además de inoperante, ese discurso que tiende a convertir a los estudiantes en "chivos expiatorios", en "pacientes designados", en los principales o únicos responsables de la violencia escolar.
Más aún si tenemos en cuenta que, como señala Castells, la violencia social se manifiesta en violencia contra los más débiles, entre quienes están los niños y adolescentes, que en muchas partes del mundo están siendo víctimas de todo tipo de abusos y, en particular, de explotación laboral, sexual o militar.
¿Qué podemos hacer ante todo esto? Pues en primer lugar debería ser la sociedad en su conjunto, y sus dirigentes en particular, quienes tendrían que reflexionar: ¿Cómo encajamos, por ejemplo y en el caso de nuestro país, que el Ministerio de Educación y Cultura fomente la educación para la convivencia y la paz, al tiempo que mantiene una televisión oficial en la que más de una cuarta parte de los contenidos de su programación infantil están íntegramente dedicados a imágenes cargadas de violencia y agresividad?
Pero además de reflexionar podemos hacer mucho más, y buena prueba de ello son las numerosas investigaciones, publicaciones, proyectos, experiencias pedagógicas, programas de intervención, planes para la formación del profesorado, congresos, jornadas.; o las iniciativas políticas o legales de los Gobiernos (supranacionales, nacionales y/o regionales), o las correspondientes a Sindicatos y otras entidades públicas y privadas, que tratan de buscar fórmulas y estrategias que corrijan o prevengan la violencia escolar.
En este sentido, y a nuestro modo de ver, es necesario cambiar la escuela, sus estructuras y métodos, de forma que promueva la comunicación, el diálogo, la participación y el trabajo cooperativo, el pensamiento crítico, la inteligencia emocional, la solidaridad y el compromiso, la tolerancia, la educación en valores, la educación intercultural, la atención a la diversidad, la educación cívica, la educación para la democracia, la educación para la convivencia y la educación para la paz, algunos de los mejores antídotos frente a la violencia escolar.
Pero además sería necesario un cambio radical de nuestra sociedad, que permita reducir la violencia estructural, pues la agresividad, como señaló Fromm hace tiempo, solo podrá ser reducida si el sistema social es capaz de desarrollar unas condiciones socioeconómicas que permitan la satisfacción de las necesidades y potenciales humanos.
El Consejo de Redacción
Fuente: Consejo de Redacción (2001). Monografía sobre violencia en las aulas. Editorial. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 41, 2001, 13-1
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