Diseño gráfico de Jose Palomero |
Ofrecemos es este post el EDITORIAL que encabeza la monografía que se publica en el número 41 (15.2), Agosto 2012, de la Revista electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado (REIFOP)
EDITORIAL
El concepto desarrollo según el diccionario de la RAE, hace referencia a: (a) acción y efecto de desarrollar o desarrollarse; y (b) evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida. Ante estas dos acepciones es complejo poder definir qué es la Educación para el Desarrollo, al menos fuera de los márgenes económicos y del mercado. La ambigüedad persiste si se consulta en dicho diccionario qué es desarrollar. En este caso hay dos acepciones que nos resultan interesantes, estas son: (a) acrecentar, dar incremento a algo de orden físico, intelectual o moral; y (b) dicho de una comunidad humana: progresar, crecer económica, social, cultural o políticamente. Estas dos acepciones de desarrollar nos ayudan a comprender mejor qué es la educación para el desarrollo, ya que está centrado en una mejora global de las condiciones de la ciudadanía.
El desarrollo industrial que comenzó con la máquina de vapor, mejoró la velocidad de producción a la vez que redujo los costes económicos. No obstante, este desarrollo económico no fue ligado con un desarrollo social, ya que conllevó la explotación infantil, horarios de trabajos desmedidos, condiciones de trabajo infrahumanas,… Los movimientos sociales de los siglos XIX y XX consiguieron que en gran parte de Europa y de Norte América el desarrollo industrial promoviera una mejora de las condiciones de los ciudadanos. Surgió así un sistema de pensiones público, un sistema sanitario público, la obligatoriedad de una escolarización con una oferta pública,… Las luchas sociales de estos siglos han conseguido que el término desarrollo no sea entendido únicamente bajo el término desarrollo económico, sino también como desarrollo social.
En este comienzo de siglo XXI, no encontramos con que los mercados -un ente que se presenta despersonalizado como si quisiera esconderse que detrás de él están determinados mercaderes-, a modo de dioses postmodernos, piden a la ciudadanía el sacrificio de sus derechos. El sistema sólo puede funcionar en la medida en que se sacrifiquen derechos sociales. Se empeora la sanidad pública a la vez que se paga más por los medicamentos y a través de impuestos en la gasolina, en educación pública hay más estudiantes por aula y menos profesores y profesoras; en la Universidad pública se incrementan las tasas y se disminuyen las becas; los subsidios por desempleo, por los que se cotiza mientras se trabaja, se reducen en duración y cuantía;… Nos encontramos ante una regresión en los derechos que nos acerca a los comienzos de la máquina de vapor, cuando la vida de un niño minero no valía nada para el capataz. ¿Qué vale la vida de un ser humano para los mercados?
Es en estos momentos de crisis cuando hay que retomar el sentido amplio de desarrollo, el progreso de la comunidad humana. En este sentido la educación tiene mucho que decir, desde una doble perspectiva: la reproducción y la intelectualidad. La reproducción en el sentido de que la escuela no puede reproducir lo que es la sociedad, ya que seremos individuos en manos de los mercados y, poco a poco, iremos perdiendo derechos sociales. El papel educativo al que nos referimos implica romper con la función de la escuela como un instrumento para imponer el poder ideológico del estado en el que el currículum escolar está para ser acrítico y formar personas que no protesten y acepten con resignación la época que les ha tocado vivir. Frente a ello diferentes autores y movimientos educativos consideran que una de las labores de la escuela es formar a los estudiantes para vivir como ciudadanos participativos y críticos, que se plantean que está sucediendo y muestran un compromiso político con ello. Unos ciudadanos para los que el concepto de desarrollo no sea económico, sino social. Estos dos aspectos se pueden resumir para los docentes en una doble forma de actuación, tal y como afirma Chomsky: o como comisarios culturales que actúan de forma acrítica imponiendo lo que se les manda, o como intelectuales que se cuestionan la realidad y forman a sus estudiantes a partir de la crítica.
La Educación para el Desarrollo se enfrenta a la necesidad de definir su significado y sus objetivos y su lugar en una sociedad que vive en una crisis económica que pretende aprovecharse para negar la solidaridad con otras personas de territorios lejanos, algo que es la esencia de este tipo de educación. Precisamente este contexto de la denominada crisis es una oportunidad para reclamar el papel de la educación como agente de transformación frente a las corrientes mercantilizadoras impulsadas desde instancias de poder, para generar alianzas y redes, tanto en el interior de las instituciones educativas como con agentes sociales externos (ONGD, movimientos sociales,…), para reivindicar el reconocimiento de la Educación para el Desarrollo como un ámbito de conocimiento, investigación y docencia al mismo nivel que el resto de ámbitos de conocimiento, para potenciar los intercambios docentes como medio para aprender de las iniciativas que se están llevando a cabo en otros lugares, para generar espacios de reflexión en el aula, con posicionamientos más abiertos y plurales, en los que se pongan de manifiesto otras formas de saber y de conocimiento, para fortalecer la transversalización y la incorporación de las miradas críticas desde el género, la interculturalidad, los derechos humanos….
El monográfico que se presenta en este número de la Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado no es apto para todos los públicos. Es un número para intelectuales comprometidos. En él se presenta cómo se encuentra la Educación para el Desarrollo en la actualidad y cómo seguir en el futuro. Los siguientes artículos son una apuesta por formar ciudadanos críticos y comprometidos.
El concepto desarrollo según el diccionario de la RAE, hace referencia a: (a) acción y efecto de desarrollar o desarrollarse; y (b) evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida. Ante estas dos acepciones es complejo poder definir qué es la Educación para el Desarrollo, al menos fuera de los márgenes económicos y del mercado. La ambigüedad persiste si se consulta en dicho diccionario qué es desarrollar. En este caso hay dos acepciones que nos resultan interesantes, estas son: (a) acrecentar, dar incremento a algo de orden físico, intelectual o moral; y (b) dicho de una comunidad humana: progresar, crecer económica, social, cultural o políticamente. Estas dos acepciones de desarrollar nos ayudan a comprender mejor qué es la educación para el desarrollo, ya que está centrado en una mejora global de las condiciones de la ciudadanía.
El desarrollo industrial que comenzó con la máquina de vapor, mejoró la velocidad de producción a la vez que redujo los costes económicos. No obstante, este desarrollo económico no fue ligado con un desarrollo social, ya que conllevó la explotación infantil, horarios de trabajos desmedidos, condiciones de trabajo infrahumanas,… Los movimientos sociales de los siglos XIX y XX consiguieron que en gran parte de Europa y de Norte América el desarrollo industrial promoviera una mejora de las condiciones de los ciudadanos. Surgió así un sistema de pensiones público, un sistema sanitario público, la obligatoriedad de una escolarización con una oferta pública,… Las luchas sociales de estos siglos han conseguido que el término desarrollo no sea entendido únicamente bajo el término desarrollo económico, sino también como desarrollo social.
En este comienzo de siglo XXI, no encontramos con que los mercados -un ente que se presenta despersonalizado como si quisiera esconderse que detrás de él están determinados mercaderes-, a modo de dioses postmodernos, piden a la ciudadanía el sacrificio de sus derechos. El sistema sólo puede funcionar en la medida en que se sacrifiquen derechos sociales. Se empeora la sanidad pública a la vez que se paga más por los medicamentos y a través de impuestos en la gasolina, en educación pública hay más estudiantes por aula y menos profesores y profesoras; en la Universidad pública se incrementan las tasas y se disminuyen las becas; los subsidios por desempleo, por los que se cotiza mientras se trabaja, se reducen en duración y cuantía;… Nos encontramos ante una regresión en los derechos que nos acerca a los comienzos de la máquina de vapor, cuando la vida de un niño minero no valía nada para el capataz. ¿Qué vale la vida de un ser humano para los mercados?
Es en estos momentos de crisis cuando hay que retomar el sentido amplio de desarrollo, el progreso de la comunidad humana. En este sentido la educación tiene mucho que decir, desde una doble perspectiva: la reproducción y la intelectualidad. La reproducción en el sentido de que la escuela no puede reproducir lo que es la sociedad, ya que seremos individuos en manos de los mercados y, poco a poco, iremos perdiendo derechos sociales. El papel educativo al que nos referimos implica romper con la función de la escuela como un instrumento para imponer el poder ideológico del estado en el que el currículum escolar está para ser acrítico y formar personas que no protesten y acepten con resignación la época que les ha tocado vivir. Frente a ello diferentes autores y movimientos educativos consideran que una de las labores de la escuela es formar a los estudiantes para vivir como ciudadanos participativos y críticos, que se plantean que está sucediendo y muestran un compromiso político con ello. Unos ciudadanos para los que el concepto de desarrollo no sea económico, sino social. Estos dos aspectos se pueden resumir para los docentes en una doble forma de actuación, tal y como afirma Chomsky: o como comisarios culturales que actúan de forma acrítica imponiendo lo que se les manda, o como intelectuales que se cuestionan la realidad y forman a sus estudiantes a partir de la crítica.
La Educación para el Desarrollo se enfrenta a la necesidad de definir su significado y sus objetivos y su lugar en una sociedad que vive en una crisis económica que pretende aprovecharse para negar la solidaridad con otras personas de territorios lejanos, algo que es la esencia de este tipo de educación. Precisamente este contexto de la denominada crisis es una oportunidad para reclamar el papel de la educación como agente de transformación frente a las corrientes mercantilizadoras impulsadas desde instancias de poder, para generar alianzas y redes, tanto en el interior de las instituciones educativas como con agentes sociales externos (ONGD, movimientos sociales,…), para reivindicar el reconocimiento de la Educación para el Desarrollo como un ámbito de conocimiento, investigación y docencia al mismo nivel que el resto de ámbitos de conocimiento, para potenciar los intercambios docentes como medio para aprender de las iniciativas que se están llevando a cabo en otros lugares, para generar espacios de reflexión en el aula, con posicionamientos más abiertos y plurales, en los que se pongan de manifiesto otras formas de saber y de conocimiento, para fortalecer la transversalización y la incorporación de las miradas críticas desde el género, la interculturalidad, los derechos humanos….
El monográfico que se presenta en este número de la Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado no es apto para todos los públicos. Es un número para intelectuales comprometidos. En él se presenta cómo se encuentra la Educación para el Desarrollo en la actualidad y cómo seguir en el futuro. Los siguientes artículos son una apuesta por formar ciudadanos críticos y comprometidos.
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