¡Y ojalá puedas sentir en la alegría de tu corazón la alegría viva que esta mañana de abril te mando, a través de cien años, cantando dichosa!
(Tagore, El Jardinero)
Releía hace unos días "El Jardinero", de Rabindranaz Tagore, concretamente una versión de Edimat Libros (2006), en la que algunos de sus poemas están abreviados y otros son tan sólo paráfrasis, versión que viene precedida por un texto introductorio de Ivana Graciela Mollo.
Fue esa introducción la que me hizo volcar la mirada de nuevo sobre "Santiniketan, la Casa de la Paz", la institución escolar (hoy universidad) fundada en 1901 por Tagore, el premio nobel de literatura que llenó toda su obra de mística y poesía, y que sintió la necesidad de renovar el sistema educativo de su tierra, la India, convencido como estaba de que "Para extirpar cualquier mal social hay que llegar a la raíz del mismo, y la única forma de lograrlo es educar al pueblo.”
He dicho en alguna otra ocasión que hay escuelas que son las mejores escuelas del mundo, y "La casa de la paz" ("La morada de la paz", "Santiniketan"), ha sido una de ellas.
Efectivamente, tal como señala Sánchez Lihón (2009) "Hay escuelas que en el mundo alcanzaron a tener brillo y fulgor de leyenda como la de Yasnaia Poliana, del escritor y guía espiritual de Rusia, León Tolstoy. Otra es la escuela de Shantiniquetán, que significa “Morada de paz” y que fundó aquel apóstol y visionario como fue el poeta de origen bengalí Rabindranath Tagore" (Pulsar aquí para acceder a la cita).
Si Tagore decía que “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”, yo creo necesario seguir haciendo visibles escuelas como la suya, darlas a conocer a maestros y profesores durante sus procesos de formación inicial y permanente, para que se inspiren en ellas. Es por ello que voy a reproducir aquí algunos párrafos que tomo en préstamo de Vittorino Veronese (1), Satyajit Ray (2) y Ilumayun Kabir (3), tres autores que participan con sus correspondientes artículos en una monografía titulada "Tagore, una voz universal", publicada en El Correo (UNESCO) allá en diciembre de 1961.
A ellos les cedo la palabra
Filósofo, educador, novelista, poeta y pintor, Rabindranaz Tagore (el poeta de la paz) es, sin disputa, una de las figuras máximas de los tiempos actuales. No sólo se le distinguió con el Premio Nobel de Literatura, que es un honor singular, sino también con el otro, menos espectacular y todavía más precioso y significativo, de que fueran escritores de una jerarquía similar a la suya los que tradujeran su obra a diversos idiomas, escritores que ganaran también, por derecho propio, el Premio Nobel, como André Gide y Juan Ramón Jiménez.
En 1901, Rabindranaz cumplió cuarenta años. La colección de poemas y obras teatrales por él escritas –ya copiosa- se había reunido en un solo volumen en cuyos 21 grandes capítulos figuraba Sonar Tari, su primera obra maestra de verdad. En ese año ocurrió en su vida un acontecimiento de distinto género. Un año después de su nacimiento, su padre había comprado una propiedad en Bolpur, en un distrito de la Bengala occidental llamado Birbhum. La propiedad se puso en manos de una junta de síndicos, especificando el acta de cesión que el lugar debía dedicarse a meditar sobre el Supremo Ser Informe. De acuerdo con los deseos de Maharshi, se había construido ya un lugar de plegaria y un templo para el culto, junto al cual se levantaba también una residencia llamada la “Casa de La Paz”, Santiniketan. Rabindranaz, a quien preocupaba la educación de sus hijos, decidió realizar allí un experimento, iniciando una institución muy distinta de todas las de la época y, desde luego, de las escuelas que habían constituido la pesadilla de su niñez.
Tagore creyó que la educación es la base de la sociedad y que los maestros de hoy son los árbitros del destino de la sociedad de mañana. Cómo se preparan los hombres; qué ideales absorben; qué carácter llegan a tener; qué conocimiento se les imparte; cuáles son las disciplinas de que se les hace objeto; en qué forma se moldea su personalidad; he aquí las cosas que, en última instancia, deciden el destino del mundo, pensó el maestro.
Tanto en la teoría como en la práctica, Tagore fue un revolucionario de la educación. Su experiencia personal, que le llevó a dejar la escuela cuando era todavía un niño, le convenció de que la rutina docente, y especialmente la aburrida imposición de textos y temas que no interesan al niño, es más un obstáculo que una ayuda para el desarrollo del espíritu de éste, y supo ver que no es así como florece la mentalidad infantil. Por experiencia propia, Tagore se convenció de que una educación formal divorciada de la vida social y de las tradiciones culturales de un país y, lo que es más importante, privada de todo contacto con la naturaleza, acababa por ser para el niño una carga insoportable.
Como maestro sostuvo especialmente que la educación debe permitir que el niño se desarrolle en el marco de la naturaleza, por hallarse también firmemente persuadido de que la extensión de la tierra y la del cielo, el silencio de la noche y la promesa de la mañana, la belleza de los astros y el brillo del sol deben penetrar y afectar la personalidad del niño. Pensaba que, gradualmente, todas esas cosas tienen que convertirse en una parte de nuestro ser, para que nuestro carácter acuse la misma armonía que se encuentra en el mundo de fuera.
Tagore sabía, desde luego, que en la vida hay siempre choques y conflictos, pero sostenía al mismo tiempo que hay una armonía más grande de las cosas en la que esos choques y conflictos encuentran siempre reconciliación. El hombre debe luchar por lograr una armonía similar entre las facultades de que está dotado. El poeta enseñó que había que cultivar el intelecto junto con las emociones y la volición, y que todos esos aspectos de la vida interior del hombre debían desarrollarse armónicamente.
Tampoco creyó nunca en fórmulas de educación estrechas o rígidas. En su sistema, concebido en términos humanos amplios, el arte ocupaba un lugar definido junto a las matemáticas y a la ciencia. Y fuera de postular el desarrollo armónico de todos los aspectos de la personalidad del niño, fue, entre los reformadores de la educación, uno de los primeros en hacer hincapié en la actividad como principio esencial de aquellos.
Muchos de los ideales que sustentó han sido también los ideales de los que pensaron este problema en todos los lugares del mundo, pero el aporte especial del poeta indio consistió en la importancia que daba en su plan al equilibrio, a la armonía, al desarrollo de todos los aspectos de la personalidad humana. Si uno solo de esos aspectos quedaba enterrado –pensaba Tagore- la perspectiva general que un hombre o una mujer pueden tener de la vida se verá torcida. Para él la belleza tenía que ser de orden moral, y la moral penetrada por un sentido cierto de la belleza. Los fines a que debía dedicarse toda vida humana eran la verdad, la bondad, la belleza, y el propósito de la educación preparar a hombres y mujeres para buscar, reconocer y alcanzar esas tres cosas.
Santiniketan quedó establecido como escuela en 1901. Tagore comenzó con una docena escasa de discípulos, uno de los cuales era su propio hijo, cosa natural porque como educador no era uno de esos políticos que hablan mucho de los sistemas nuevos pero que envían a sus hijos a escuelas tradicionales. El hijo del reformador fue a Santiniketan porque su padre creía en esa escuela, pero varios de los demás alumnos concurrieron a ella por no haberse podido adaptar a otras. En un comienzo, los inscritos en la escuela de Tagore eran a veces los niños de los que su familia no hacía mucho caso o no esperaba mucho de ellos, y sin embargo esos mismos niños han llegado a figurar entre los hijos más distinguidos de la India contemporánea.
Tagore creía que cada hombre o cada mujer llevan en si la simiente de lo divino; que en cada ser humano hay una posibilidad de grandeza y que todo está en saber desarrollar sus potencialidades. Santiniketan ha justificado esa convicción, demostrando que si la forma de encarar la educación es imaginativa y es la que corresponde a ese hombre o a esa mujer, y si se cuenta con un espíritu como el de Tagore para inspirar y guiar al alumno, no hay alturas a las que éste no pueda llegar.
Estos son los ideales que Tagore predicó en el terreno de la educación: el ideal de la armonía entre los diferentes temas; el de la armonía entre todos los aspectos de la personalidad, insistiendo entre esos aspectos en las emociones, el intelecto y la volición; por último, el ideal de una armonía entre el hombre y la naturaleza. Estos ideales de Tagore son actualmente principios comunes y corrientes en el mundo de la educación. Y es por ello que a Tagore hay que rendirle homenaje como a uno de los más grandes innovadores en ese terreno.
Tagore no creyó tampoco en la conformidad ciega y protestó toda su vida contra lo que dio en llamar Achalayatan, o sea la institución que se hace paralítica, la costumbre que queda anticuada, la creencia que se convierte en letra muerta. Las escuelas que no permiten el libre desarrollo de la mente eran prisiones para él; sólo por medio del cambio, sólo marchando hacia delante, pensaba, pueden mantenerse los valores del espíritu.
Finalmente, una de las cosas de que se enorgullece la India moderna es el programa de “Desarrollo de las comunidades”, que para las aldeas indias ha sido un símbolo de esperanza. Este programa de reconstrucción rural emprendido por la India, y que bajo el mismo nombre se ha llevado a cabo en otros muchos lugares del mundo, es el resultado directo de las enseñanzas de Tagore. Fue en Santiniketan, en su escuela experimental, donde el poeta y educador trazó el primer plano de reconstrucción de la aldea rural.
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Un Sócrates, un Kalidasa (ese poeta hindú del siglo V que dejó escrito que "Las grandes almas son como las nubes: recogen para repartir") o un Rabindranaz Tagore son raros, aún dándose las circunstancias más favorables; pero impártase a un hombre o mujer cualquiera la educación que le conviene y póngaselo en el ambiente que necesita y ese hombre se transformará en un miembro de la comunidad tan creador como útil a ésta, contribuyendo a la vida de la misma en la misma medida en que recibe aporte de ella; un ciudadano, en suma, del que cualquier país puede sentirse orgulloso.
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Referencias
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Para saber más
(Tagore: 7/5/1861 - 7/8/1941)