La universidad se ha construido desde un imaginario academicista que encuentra su caldo de cultivo ideal entre densos muros cubiertos por libros.
A ello se sumó el ánimo de buscar la verdad, no cualquiera, sino aquella que puede formalizarse matemáticamente en laboratorios que interrogan lo pequeño, o en observatorios que cosquillean la inmensidad del universo.
La última moda, asfixiante donde las haya, exige a estudiantado y profesorado sumergirse en un estrés continuo absolutamente incompatible con la reflexión, la autonomía y el compromiso social. Son empujados al sueño etéreo de ser los mejores, un destino fatal al que la insensatez estupidizante se afana en abocarnos.
El estudiantado es instruido, a través de férreos horarios y sistemas de exámenes mal denominados evaluación continua, hacia la competición, la auto-salvación, la versatilidad, la adaptabilidad y la priorización de una salida laboral siempre frágil.
El profesorado es reducido a una máquina de publicación en revistas indexadas en el Journal Citation Index, cuyo logro es condición necesaria para su existencia laboral.
Todo ello es aderezado convenientemente con las cada vez más presentes listas de ordenación o rankings.
Estos mecanismos permiten que las personas y las instituciones puedan hipotecar su existencia en la lucha continua por llegar y mantenerse en posiciones eternamente disputadas
Texto tomado del editorial del número 80 (28.2) agosto 2014, de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (RIFOP).
Texto tomado del editorial del número 80 (28.2) agosto 2014, de la Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado (RIFOP).
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