54 (19,3) DICIEMBRE 2005 |
El educador ante las necesidades del niño y del adolescente
“En la adolescencia creía que lo fundamental era comprender como me veían los otros, para cambiar lo que no les gustaba. Creo que tenía mucha inseguridad. Un profesor confió en mi y me ayudó, en un momento difícil de mi vida, a ver mi valor y aceptarme tal como soy”.
Una de las formas de ayudar a niños y adolescentes a desarrollar su personalidad es atender a sus necesidades básicas. El educador debe estar atento a las necesidades normales del niño y tratar de satisfacerlas de manera ajustada, teniendo en cuenta las situaciones concretas, incluidos los límites de los propios educadores.
La satisfacción de algunas necesidades es fundamental para que se produzca un desarrollo armónico. Analizamos a continuación las necesidades que el niño y el adolescente precisan para desarrollarse de una forma sana: ser reconocido, ser amado incondicionalmente, sentirse seguro, ser tratado como niño y no como mini-adulto, realizar aprendizajes y ser él mismo (PRH, 1997, 259-274).
Ser reconocido
“Las clases están siendo muy importantes para mí, porque me ayudan a darme cuenta de qué cualidades tengo, para poder hacerme una idea de quien soy, viendo también las limitaciones que tengo. Así puedo tener autoestima”.
Como ya hemos dicho, educar es ayudar al niño a “ser quien es”, ayudarle a conocer y actualizar sus potencialidades y a tener en cuenta sus límites. El educador debe estar atento para reconocer esas potencialidades a partir de los proyectos, deseos y aspiraciones que el niño va expresando. Si tenemos en cuenta que el niño aprende a conocerse a partir de la imagen que le reflejan los demás, es muy importante, por ejemplo, que el educador esté abierto, para ver de manera ajustada las riquezas del niño y no sólo a partir de los valores del entorno; y reflejárselas manifestando alegría, pero teniendo cuidado de no encerrarle en una imagen idealizada de sí mismo. Lo fundamental es que el niño pueda existir y sentir alegría por ser como es. En este sentido, es importante reconocerle como es y no desear un niño perfecto, porque esto provoca expectativas que le pueden hacer mucho daño.
Ser amado
“Me has aportado paz, me has enseñado que todo es posible y que todo tiene su por qué, incluso lo más absurdo. Me has dado caricias muy importantes y que yo necesitaba. Me has ayudado a formarme como persona y a sentirme orgullosa de ser como soy”.
Para sentirse digno de ser amado y organizar una imagen el niño necesita ser querido por las personas importantes que le rodean. Necesita un amor incondicional, cargado de ternura, afecto y respeto, y también de bondad ante las dificultades y de benevolencia ante los errores. Este amor puede expresarlo el educador en sus gestos, miradas, tono de voz, palabras, así como en el tiempo y atención personalizados que ofrece al niño. De esta forma, el niño se siente seguro desde un punto de vista afectivo y aprende a amar y a confiar en los otros, lo que contribuye a que estructure bien su personalidad.
Sentirse seguro
“El grupo ha sido una gran experiencia. Desde el principio se creó un clima en el que nos sentíamos seguros, que ha permitido que aflorasen sin temor las opiniones, los sentimientos, los ideales… He comprobado que, aunque las personas sean muy distintas, se pueden establecer relaciones de complicidad y comprensión”.
El niño depende de los demás para satisfacer sus necesidades, es muy vulnerable y no puede valerse por sí mismo. Por esto es importante que el educador responda a su necesidad de seguridad, protegiéndole de los peligros y dándole afecto para que sienta que puede contar con él.
Cuando en el entorno que rodea al niño hay angustia, depresión, tensión o conflictos, éste se siente inseguro, y experimenta miedo a no recibir lo necesario para vivir, e incluso miedo a ser abandonado. En este sentido, es muy importante, por ejemplo, que el educador evite las amenazas y no le transmita sus inquietudes o temores. Por ello es necesario que éste trabaje sus propias inseguridades, que están ocultas detrás de ciertas exigencias o de las conductas hiperprotectoras o dominadoras.
El educador puede estar al lado del niño para que afronte lo que le inquieta, ayudándole, por ejemplo, a verbalizar su temor en lugar de esconderlo, o enseñándole a buscar el modo de apaciguarlo; o, simplemente, acogiéndole con su miedo, sin censurarle ni ridiculizarle.
Vivir exigencias adaptadas a su nivel de madurez
“De niña me sentí muy exigida, más de lo normal para mi edad. Eran cosas no propias de una niña”.
A veces los educadores exigen demasiado al niño, deseando que se comporte como un adulto razonable, responsable, comprensivo, respetuoso y autónomo, y que alcance el éxito a la primera. Sin embargo, el niño y el adolescente necesitan que las exigencias se adapten a su edad y nivel de desarrollo y que se les acepte con sus tanteos, sus dificultades y sus errores.
Cuando se les exige más de lo que es posible para ellos, pueden surgir sentimientos de inadecuación y/o culpabilidad. Una forma de adaptar las exigencias al niño es acompañarle a su propio ritmo, aceptando sus lentitudes, incluso sus estancamientos y regresiones; y estimularle para que asuma las responsabilidades propias de su edad. Acompañar supone tener solidez personal y mucha paciencia, comprender y no juzgar.
Aprender los distintos saberes
“Me ha hecho pensar sobre la importancia que tiene la figura del profesor para el desarrollo del niño. Sobre todo que tengamos tanta influencia en ellos. A menudo hay mucha prisa para dar todos los contenidos y se dedican muy pocos momentos al diálogo con los alumnos, a dejar que expresen sus sentimientos, sus estados de ánimo o sus preocupaciones. Me ha hecho reflexionar en torno a que es tan importante lo que el niño aprende, como que se desarrolle su personalidad de una forma favorable. Creo que hay que dedicar más tiempo dentro de las aulas a enseñar a saber hacer, saber vivir y saber ser”.
El niño tiene derecho a aprender a: saber hacer en la mayo cantidad de ámbitos posible, para asumir su vida y ser autónomo; saber ser, desarrollando todas sus potencialidades; saber vivir (convivir), sintiéndose a gusto con los otros, al tener las mismas referencias relacionales y respetar las mismas reglas; y saber de conocimientos, que favorece su enriquecimiento personal y contribuye a que se despierte su curiosidad.
En la escuela se enseñan los contenidos académicos, siendo poco frecuente enseñar al niño cómo funcionan los seres humanos y la importancia que tiene conocerse a uno mismo para ser feliz. En este sentido, el educador puede ayudar desde muy pronto a los niños a distinguir lo que viven: las ideas, los juicios sobre sus compañeros, sus deseos que quieren satisfacer al momento, los sentimientos, las necesidades de su cuerpo, sus cualidades, su conciencia que les dice lo que es bueno hacer o no. Todo ello les ayuda a distinguir los niveles esenciales de la personalidad. Especialmente lo que piensan, lo que sienten y lo que son en el fondo, y cómo todo esto tiene relaciones con su cuerpo. Esto les despierta el gusto por conocerse y les ayuda a tomar decisiones, a tener en cuenta sus necesidades y las de los otros, y también a ver lo que es esencial y lo que es secundario.
Según como se desarrollan los tiempos de aprendizaje, se pueden satisfacer las necesidades de seguridad, de ser reconocido y querido y de ser considerado como un niño. De ahí la importancia de que el educador muestre actitudes de paciencia, flexibilidad, apertura al diálogo, bondad, acogida, no juicio y aceptación del tiempo que requieren los aprendizajes.
Ser estimulado a construir su identidad
“Siempre me compararon con mi hermano y esto no fue bueno para ninguno de los dos. Para él, porque yo era considerada mejor y para mí porque aún me sigo exigiendo y comparando con los otros, creyendo siempre que son más que yo y que tengo que superarles”.
En toda persona existe la necesidad de construir la propia identidad. Por ello es importante que el educador acepte que cada niño es único, una persona diferente, que es él y que puede tomar sus decisiones, porque cuando es percibido como único, puede confiar en lo que es, alegrarse por ello y afirmarse, incluso en sus diferencias.
A veces el educador no favorece la construcción de la personalidad infantil: cuando influye sobre los niños desde sus expectativas, su sistema de valores o lo que le viene bien; cuando se dirige a ellos de manera colectiva, recortando así sus peculiaridades personales; o cuando les compara con otros, sugiriendo así el “modelo deseado”.
Los educadores estimulan y facilitan el proceso de construcción de la identidad personal cuando reflejan al niño sus características, le invitan a que sienta lo que es mejor para él, le respetan y ayudan a poner en práctica sus decisiones, y cuando le animan a ser él en cada momento, en lugar de conformarse con lo que los otros esperan.
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Texto tomado de:
FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ, María Rosario (2005). "Más allá de la educación emocional. La formación para el crecimiento y desarrollo personal del profesorado. PRH como modelo de referencia". Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 54 (19.3),195-251 (Pulsar aquí para ver el artículo a texto completo)
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