¿Qué es educar entonces?

Diseño de la portada: Jose Palomero































Por Ximena Dávila Yáñez (2012)


¿Qué clase de ser humano queremos que surja del cómo educamos a nuestros hijos, hijas, jóvenes y educandos? ¿Qué clase de ser humano queremos los maestros y maestras que salgan de nuestras aulas? ¿Qué clase de persona deseamos que sean nuestros hijos e hijas? Y cuando estos niños niñas y jóvenes sean adultos y les pregunten ¿cómo recuerdas a tu papá o a tu mamá? ¿cómo recuerdas a tus profesores y profesoras? ¿Qué nos gustaría hoy que respondiesen?


Nuestra tarea como adultos responsables es acompañar a nuestros niños/as y jóvenes en su tránsito a la vida adulta. Acompañar guiando hacia el conocimiento reflexivo y experiencial para que ellos sientan potenciada sus capacidades intrínsecas y para que cada uno de ellos conserve en el centro de su hacer una conducta ética espontánea. Y queremos que para ellos como adultos, papás, mamás, profesionales, ciudadanos...,  el amar y amarse desde el respeto por si mismo o misma sea el eje inamovible de su hacer. 



Quiero hablar de educación e invitarlo a usted, que está leyendo estas reflexiones, a una conversación, con el deseo de que encontremos, desde cada uno de nosotros, una puerta abierta desde la propia experiencia que nos introduzca en el temática del Educar o la Educación. 

Temática que ha sido y es central desde hace décadas, entendiendo hoy que es un tema candente y necesario de reflexiones serias y audaces. Y dado el contexto social presente escuchando las movimientos personales y de comunidades indignadas por la falta de oportunidades y, por lo tanto de trabajo, dignos para vivir su vivir, es que nos abocamos a esta tarea reflexiva. 


La mejor manera de reflexionar sobre la educación es mirar nuestro propio vivir y nuestra propia experiencia "educativa". Revisar cómo fue ese periplo educacional que hace que hoy me encuentre donde me encuentro. 

Quizás en un bien-estar de realización y de complitud: “me gusta lo que hago, lo disfruto, siento que seguí un caminar oportuno a mis condiciones innatas y consciente de que tuve todas las oportunidades para este crecimiento”. 

O “puede ser que reconozca que esas oportunidades las tome y las asumí gracias a las personas adultas que guiaron mi mirada pues no tenía las condiciones sociales, económicas y culturales locales para ese desarrollo”. 

O quizás “siento que con la profesión que elegí algo me falta, a veces siento que quiero hacer otras cosas, soñar un poco y encontrarme haciendo lo que siempre quise hacer”. 

Y otras veces, “no me quedó otra, no pude seguir estudiando pues era más prioritario ganarse la vida trabajando y ayudar llevando el dinero necesario para que mi familia pudiese sobrevivir".

Acá estamos, hace décadas


Cuando hablamos de educación nuestra mirada se orienta al quehacer del profesor o profesora. Como si ellos fuesen, en la soledad más absoluta, los únicos responsables no sólo de guiar a sus alumnos en el devenir del conocimiento y del saber. Sino que también lo deben hacer a través de normas pre-establecidas por algún ministerio o autoridad superior como si la educación pudiese ocurrir sin la participación de la comunidad en que ellos y los educandos van a vivir.


Todo esto, además con la expectativa cultural de la comunidad de que los profesores y profesoras tengan todas la herramientas necesarias, para entregarle a sus educandos lo que necesitan para que como adultos puedan luchar con éxito en un mundo que se ha configurado de antemano, de cómo deberán hacerse las cosas, cómo ser feliz y cómo esa felicidad irá de la mano con el éxito. Olvidando que los maestros y maestras son personas, y son hijos que han sido formados en la concepción de educación actual. Olvidando que la responsabilidad en el Educar y la Educación es de todos los adultos o mayores con que los niños, niñas y jóvenes conviven desde su nacimiento. Y olvidando además que ese mundo adulto está representado también en las organizaciones humanas y en los poderes del Estado como el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, donde se gestan y crean las leyes y las orientaciones de los ciudadanos de cada nación. Ciudadanos, personas que han sido educadas en la misma forma tradicional de lo que entendemos hoy por educación. 


Y así suma y sigue. En una deriva lineal causal eterna. Cabe la pregunta: ¿qué es educar entonces hoy en un mundo globalizado, unidos los unos con los otros en una red cibernética de conocimiento, de experiencias, donde las dimensiones del mundo que vivo son mucho más amplias que mi localidad?

Cuando la educación se ha orientado a la formación de personas ganadoras con éxito social y económico en la creencia de que serán hombres y mujeres realizados y felices, desde un ideal de hombre o mujer pre-establecido y conservado de generación en generación desde algún lugar que creemos ignorar diciendo: "las cosas son así decimos", en un cuento que nos contamos de “nunca acabar”, cuando en el fondo sabemos que ese mundo lo generamos nosotros, los mismos adultos que criticamos porque es con nosotros con quienes conviven.


Ese lugar que creemos ignorar sólo lo podremos ver de verdad si reflexionamos y nos preguntamos ¿me gusta el vivir que estoy viviendo hoy? ¿quiero este querer presente? ¿lo elegí? ¿soy libre para cambiarlo? ¿Calzo yo en este ideal de hombre o mujer pre-establecido, en algún lugar en alguna parte de nuestra historia humana? ¿qué educación quiero hoy para nuestros niños, niñas y jóvenes? ¿y qué deseo hoy aprender como adulto?


Darme cuenta: perturbar, perturbarme


Deseo tomar consciencia de que soy parte de esta trama de conversaciones donde nos encontramos inmersos, conservándola y generándola en el propio vivirla, ciegos a nuestros deseos íntimos y sin herramientas propias desde cada uno de nosotros para reflexionar y reflexionarme, y aportar para un nuevo vivir. Este hacer consciente me perturba y me moviliza.


Sigo en la perturbación y me pregunto: ¿Estaremos ciegos e insensibles a nuestra propia sensorialidad? Y descubro que si, y descubro que nos ciega nuestra propia cultura.


Y en este reflexionar descubro además que me es legítimo dar respuesta a mis preguntas existenciales: de dónde vengo y a dónde voy, qué es la vida, para qué existo. Preguntas éstas que no puedo responder desde este mirar tradicional lleno de verdades y realidades culturalmente conservadas y que debo abandonar para darle paso a la legítima diversidad de miradas y de haceres. Preguntándome ¿desde dónde dicen lo que dicen? ¿desde dónde hacen lo que hacen?


Si nos damos cuenta que la educación y el educar ocurren como un fenómeno de transformación en la convivencia consciente e inconsciente, que cruza todo nuestro vivir y convivir como seres humanos reflexivos hasta que nos morimos, el panorama reflexivo y de acciones se comienza a transformar.


Al hablar o reflexionar sobre el educar y la educación la pregunta que invito a que nos hagamos es: ¿Qué clase de ser humano queremos que surja del cómo educamos a nuestros hijos, hijas, jóvenes y educandos? ¿Qué clase de ser humano queremos los maestros y maestras que salgan de nuestras aulas? ¿Qué clase de persona deseamos que sean nuestros hijos e hijas? Y cuando estos niños niñas y jóvenes sean adultos y les pregunten ¿cómo recuerdas a tu papá o a tu mamá? ¿cómo recuerdas a tus profesores y profesoras? ¿Qué nos gustaría hoy que respondiesen?


A la acción educativa como proceso de transformación


Nuestra tarea como adultos responsables es acompañar a nuestros niños/as y jóvenes en su tránsito a la vida adulta. Acompañar guiando hacia el conocimiento reflexivo y experiencial para que ellos sientan potenciada sus capacidades intrínsecas y para que cada uno de ellos conserve en el centro de su hacer una conducta ética espontánea. Y queremos que para ellos como adultos, papás, mamás, profesionales, ciudadanos...,  el amar y amarse desde el respeto por si mismo o misma sea el eje inamovible de su hacer. Eje que implica estar en el centro de sí mismo o misma. Sintiéndose autónomos, en el elegir, preguntar, reflexionar.


Todo ser vivo nace a un vivir en coherencia con el mundo natural que lo acoge y hace posible. Como observadores podemos distinguir que la mariposa cuando sale de la crisálida sale al mundo en una confianza estructural de encontrarse con un mundo de néctares no de insecticidas.


Nosotros como seres vivos/humanos nacemos en la misma confianza estructural de que va haber un mundo humano que nos acogerá, nos amará, nos cuidará. Nacemos con toda nuestra sensorialidad en una dinámica sistémica, sistémica, … sistémica, abierta y plástica orientada a habitar un mundo amoroso donde nos transformaremos en un ser humano completo que vive en el centro de si mismo y por ende en el bien-estar del vivir y convivir5.


Ahora, sin embargo, desde este comienzo habitamos un mundo de convivencia cultural, en el cual muchas veces nos volvemos ciegos a la reflexión de los fundamentos biológico-culturales de nuestro hacer. El vivir cultural, en cualquier comunidad, es como el agua es al pez; el pez nada en el agua como su modo de vivir natural y no la ve; y nosotros vivimos en las redes culturales como nuestro modo de convivir natural y no las vemos. Sin embargo, nosotros los seres humanos podemos reflexionar y hacer consciente qué cultura habito, y si me gusta o no me gusta.


En un principio podemos darnos cuenta que hay cosas que no nos gustan, y el primer intento es pertenecer a algún movimiento que acoja nuestra demanda y nos orientamos a cambiar la cultura. Intento que hemos visto no ha tenido el resultado esperado. Si veo esto vuelvo a reflexionar y me doy cuenta que la única cultura o red de haberes y sentires íntimos que puedo tocar y cambiar es la mía propia, la mía la de mi localidad. Y allí la pregunta reflexiva de orientación y armonía en la reflexión que surge es: ¿qué deseo conservar en mi vivir y convivir? … pues todo cambia en torno a lo que conservamos6.


¿A quién le gusta obedecer? ¿a quién le gusta colaborar?


¿ Qué nos gusta? ¿Cómo queremos vivir nuestro vivir?


¿Queremos vivir en el colaborar, reír, preguntar, opinar, escuchar, ser escuchados, descubrir, jugar, compartir, pertenecer?.


¿Queremos vivir y convivir en ese sentir de bien-estar donde nos sentimos vistos, respetados y escuchados? ¿Queremos conservar estos gustos, ganas, deseos, pasiones, con otros y otras en un convivir latente y expansivo de unidad con el Cosmos.


¿Nos sentimos así? ¿Lo hemos experimentado alguna vez? Quizás en alguna experiencia espiritual, de ampliación de conciencia de pertenencia, a través de alguna práctica meditativa o alucinógena. Y nos causo placer y queremos volver a ese estado de bien-estar profundo donde me siento visto, y nos vemos y sentimos respetados y nos respetamos. ¿Está en nosotros ese estado de plenitud de amplitud? Si lo vivo y lo reconozco, es parte de mi experiencia en algún lugar de mí vivir.


Y el único lugar, y el único lugar que me ha dado esa tranquilidad de contención, de estar nutrido sin esfuerzo en la confianza más primigenia de la amorosidad es el útero materno. ¿Por qué tengo que recurrir a un artificio para sentir, sentirme en total plenitud? ¿Cómo es que los seres humanos inteligentes y audaces no hemos podido generar un vivir y convivir cotidiano de esas características?


Si nos hacemos cargo de que sabemos esto, el educar se constituye en un lugar donde nos sentimos vistos, amados, respetados, donde todas las preguntas son legitimas. Y si hacemos esto, el educar se vuelve un lugar donde encontramos la mano amiga, tierna, que me da la confianza y la consistencia para mirar y descubrir mis aptitudes de conocimiento y de saber. Lugar que no solo reconozco como la Escuela o Universidad, lugar que también llamo hogar, padres, tutores, hermanos, comunidad con sus medios de comunicación y su alta tecnologización, todo en la consciencia de que somos nosotros ahora los responsables de generar ese convivir. Y los haremos reconociendo que esa coherencia y consistencia en el convivir adulto y humano es responsabilidad de cada uno de nosotros.


Es en ese educar donde yo único y autónomo donde puedo aprender a elegir desde mi y no desde otros, un caminar de confianza y bien-estar desde donde siento apropiarme de la belleza en un amor por si mismo y por otros enaltecido. 



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Notas biográficas

Ximena P. Dávila Yáñez, Epistemóloga, estudió Orientación en Relaciones Humanas y Familia con mención en Relaciones Laborales. Su estudio fundamental ha sido el entendimiento del dolor y sufrimiento humano. Ha desarrollado el “conversar liberador” bajo los fundamentos de la Biología del conocer y de la Biología del Amar. En el año 2000 fundó junto con Humberto Maturana el Instituto Matríztico, hoy escuela Matríztica de Santiago, como un centro de investigación sobre lo humano. En él, Ximena se desenvuelve como investigadora y docente.

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