"El Pelouro: Una invitación a la reflexión crítica, la formación dinámica y la innovación práctica"
El título anterior responde a un artículo de Lourdes Castro y Pedro Herrero publicado en el Vol 1 (1) AGOSTO 1998 de la Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado.
En él se recogen las reflexiones de dos estudiantes de psicopedagogía de la Facultad de Educación de Valladolid acerca de temas como la formación e investigación docente, la transformación de la cultura profesional desde la universidad, la integración real, o el papel crítico y renovador del educador respecto a la enseñanza que recibe y la que propicia. Nacen de su estancia en una escuela diferente: el Pelouro, cuya descripción sirve de eje para ir presentando algunos temas que deben incitar al debate sobre las concepciones de educación , infancia y aprendizaje, y las funciones de la escuela respecto a ello.
¿Qué es El Pelouro? Formalmente podría decirse que se trata de un centro de innovación pedagógica e integración ubicado en Caldelas de Tuy (Pontevedra). Comenzó a dar sus primeros pasos en el curso escolar 1972-1973 de la mano de sus dos creadores: Teresa Ubeira Santoro y Juan Rodríguez de Llauder, quienes trataron, a través de la conjunción de los enfoques pedagógico y psiquiátrico, de los que proceden respectivamente, crear un proyecto sin parangón en el panorama educativo de nuestro país.
Ellos son los que hacen que no pueda entenderse esta experiencia de otra manera, son algo más que los fundadores, son el motor que genera la intención última de todo lo que allí acontece, de forma que es difícil concebir toda la magnitud del Pelouro sin su presencia intencional.
En la actualidad es un centro concertado en el que conviven un centenar de niños y niñas de todas las edades entre los que hay autistas, superdotados, con síndrome de Down y con diversos problemas mentales y emocionales. Están escolarizados desde educación infantil hasta secundaria, incluyendo Formación Profesional y un centro de empleo para los mayores de edad -Pelouro Axeito- levantado por los propios alumnos sobre las ruinas de una antigua abadía que forma parte de un núcleo de turismo rural que estos mismos gestionan.
Este entramado educativo se asienta sobre un concienzudo planteamiento global, la filosofía del Pelouro (Molina García, 1997), que nace fundamentalmente de una concepción unitaria de "niño" y de una dedicación y entrega total a la infancia. Esta forma particular de ver la educación se traslada a la acción en forma de principios pedagógicos relativos a concepciones muy concretas de la infancia como período vital óptimo para la vivenciación de experiencias constructoras de la personalidad, de la enseñanza-aprendizaje como proceso paidocéntrico, o la socialización a través de la integración.
Una propuesta que parece sencilla, pero que conlleva una intensa tarea de reflexión y replanteamiento de sus principios psicopedagógicos y terapéuticos: La experiencia activa y vivencial de aprendizaje en términos de error y acierto que van constituyendo la experiencia, la aventura del ensayo y la prueba, la originalidad y la invención guiadas por el deseo, la búsqueda de la autosuficiencia sin especialización temprana, el ahorro de la frustración y la construcción permanente de nuevas expectativas de futuro, la no limitación de las fuentes de estímulos biológicas, sustituir la competitividad por la solidaridad y la competencia sin parámetros comparativos, desarrollo de la propia conciencia del ser, sin eliminar el peligro y el riesgo, enfocando la evolución individual al desarrollo y comprensión de todos.
El Pelouro esgrime claramente su postura opuesta al modelo de Escuela de contenidos, donde priman la competitividad, la rigidez organizativa, el cognitivismo, la especialización, los horarios alienantes, las limitaciones psicológicas (horizontales y verticales) o la excesiva burocracia. Todo ello conlleva una homogeneización del proceso de enseñanza debido a las normas niveladoras y un sometimiento del niño, considerado como un recipiente en el que se deposita una papilla metodológica por parte del educador, que queda como mero trasmisor académico inmotivado, sin criterio pedagógico, opositor, sumiso y delegado de una enseñanza orientada al tener y no al ser.
Un claro reflejo de todo ello es por ejemplo el resultado de la aplicación del principio de integración, que sobre el papel es realizable, pero que en la práctica no consigue llevarse a cabo en toda su magnitud. Por eso este es un tema clave para ellos, y con lo que llaman normalidad pretenden la no alienación de ningún niño a través del "etiquetado". Ésta consiste en atender y promover el desarrollo de su realización sociovital futura. Para que esto se dé, es necesaria la atención lo más tempranamente posible del niño, incidiendo en todas las áreas de su desarrollo. Esto no quiere decir que éstas se vayan a tratar por separado en función del trastorno o de la materia, sino que se trabajarán de forma polivalente y dinámica, actuando en todos los espacios donde el niño se desarrolla y educa.
Pretenden una incidencia psicoeducativa, higiénica e integral sobre el medio sociocultural en que vive el niño, el cual debe ser estimulante y adaptado, buscando personas, medios, técnicas y acciones saludables. Esta postura práctica acerca de la integración sólo puede entenderse en un contexto donde convivan activamente todos los niños, cada uno con su diferencia, haciendo de ella un valor individual y colectivo que hace aflorar el talante verdaderamente humano de la convivencia social que con tanto empeño busca la educación. Por eso les gusta hablar de integración integral.
De la conjunción de estas ideas va naciendo el núcleo de su proceso educativo, la maduración yoizante, concepto que han creado ellos mismos y que viene a significar la construcción y afirmación del Yo en un marco-clima biológico saludable que integre valores, estímulos, conocimientos, informaciones, vivencias y sentimientos. Esto lo consiguen a través de una estimulación multiperceptiva del niño, es decir, una interacción funcional con todo lo que le rodea sin desperdiciar ninguna información, independientemente del canal sensorial del que provenga. De esta forma todo tiene su sentido pedagógico intencional, pero sobre todo vivencial, de forma que vivir sea madurar, sentir y ser.
Sea o no este modelo equiparable con el que todos conocemos (público o privado), queda patente la singularidad de la propuesta gallega. Sin embargo, queda explícita la posibilidad real de cumplir con los ideales y criterios curriculares impuestos por el estado y al mismo tiempo desarrollar una práctica pedagógica alejada del convencionalismo, que curiosamente consideramos irrealizable en otros lugares.Los ejes básicos que vertebran la práctica se articulan de tal manera en todo lo que hacen, que el visitante que se acerca a El Pelouro queda abrumado y es capaz de percibir el valor de la gran cantidad de información y de motivación que puede suscitarle cada rincón, en cada instante, pues no hay detalle que no sea partícipe en tal objetivo. De alguna manera, todo ello configura un clima especial, un estilo de hacer educación muy particular y alejado de lo conocido que se transmite a través de la casa y sus dependencias (no escuela ni aulas), el talante de los mediadores (no profesores), la libertad de movimientos (opciones temporales, grupos y actividades), la presencia de lo tradicional, siempre con el niño como principio y final...
Como destacan los autores de este artículo:
"Una universidad que carece de orientación pedagógica consensuada hacia un perfil de educador, que se mueve en el ambiente de la falta de diálogo entre departamentos y cuyos planes de estudios están confeccionados para los profesores y no para los alumnos, no puede considerarse un foco de transformación y cambio, sino más bien de frustración y conformismo. La universidad debe recuperar la bandera de la vanguardia intelectual de la sociedad, debe ser el marco que ampare al atrevimiento ideológico y la crítica."
///////////
El título anterior responde al tema del mes del número 313 de "Cuadernos de Pedagogía", Mayo de 2002, coordinado por José Contreras Domingo, Profesor de Didáctica de la Universitat de Barcelona.
Hay que vivirla para entenderla
El autor se acerca bajo esta consigna a una escuela singular, sin horarios, ni asignaturas, ni clases o grupos, ni actividades fijas. Una escuela para todos los niños y niñas, en la que buena parte del alumnado requiere necesidades educativas especiales. Una escuela que es, además, un hogar, una escuela que no parece lo que convencionalmente nos hemos acostumbrado a entender por tal. Ni por sus espacios, ni por el tipo de niños y niñas que conviven en ella, ni por la forma en que se relacionan entre ellos —independientemente de su edad y de sus características personales—, ni por el tipo de presencia y de intervención de los adultos —ya sean profesores u otros adultos que colaboran con la escuela o que trabajan en ella—, ni por el tipo de actividades que se desarrollan allí, ni por la forma en que transcurre el tiempo, ni por el ambiente que se respira.
Cuando se creó, hace ya veintiocho años, sus fundadores no se atuvieron a ningún estereotipo ni idea preconcebida; simplemente hicieron aquella escuela que pensaban que tenía que ser, aquella que soñaban para todo niño y también para sus hijas. Y fue así como fueron creando y les fue creciendo su escuela: un medio vital y humano, adecuado para que niños y niñas pudieran crecer, en todas direcciones, en todas sus posibilidades y potenciales.
No, no hay desorden. Es otro orden. La armonía que se percibe refleja que aquí el tiempo funciona de otra manera: se dilata o se contrae, se para o se acelera en función de la situación, de la necesidad, del placer, de la oportunidad o de la posibilidad.
Asisten a la escuela unos ochenta alumnos y alumnas, en edades que van de los 2 a los 16 años. De éstos, unos veinticinco son niños y niñas con problemas específicos que entran dentro de lo que ya administrativamente se llama “alumnos con necesidades educativas especiales” (NEE).
Como referente tienen las antiguas escuelas unitarias, auténticas casas escuela. Y creo que algo fundamental de lo que es este centro se entiende mejor a partir de esta idea.
Hay algo que tanto quienes allí trabajan como yo mismo consideramos fundamental sobre esta institución: si bien es importante que pueda conocerse y extenderse una idea de escuela como la que aquí se vive, lo esencial, lo que la sostiene, lo que le da vida y fuerza, lo que se comunica a los niños y niñas en el hacer cotidiano no son las formas, por importantes que éstas sean, ya que reflejan la depuración de las esencias pedagógicas, producto de muchos años de experiencia. Hay algo que va más allá: a la esencia del ser, del existir, de la vida...
///////////
O Pelouro en el diario El País
0 comentarios:
Publicar un comentario