Dejo hoy en el blog unas reflexiones sobre la relación entre memoria y emociones, tan capaces de crear recuerdos resistentes al olvido como de encerrarlos sin piedad en las mazmorras del inconsciente.
Hace ya muchos años, el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, dijo que “no hay memoria sin contexto emocional”. Dicho de otra forma, que recordamos mejor aquellas cosas, agradables o desagradables, que están relacionadas con el mundo de las emociones: con la alegría, el bienestar, el amor…, o con la tristeza, la desesperación, el miedo, el enojo, el odio, la ira, la violencia, los celos…
Sin embargo, son los neurocientíficos actuales quienes están comenzando a descubrir como funciona la memoria emocional. Ellos creen que nuestro cerebro se aprovecha de las emociones fuertes y de los neurotransmisores que se liberan durante la respuesta al estrés, para regular la intensidad con que almacenamos nuestros recuerdos, de manera que los recuerdos que están asociados a una información cargada emocionalmente permanecen grabados en el cerebro. Esta sería la razón por la que recordamos con más facilidad aquellos datos, hechos o experiencias que tienen una carga emocional y afectiva, aquellos que nos han marcado o conmovido.
Por otra parte, nuestro cerebro no está preparado para recordar toda la información que le llega. Es más, la mayor parte de esa información se pierde de manera definitiva. Así las cosas, podríamos preguntarnos por las razones que justifican que almacenemos unas informaciones y desechemos otras.
Contestar esta pregunta de forma detallada y precisa nos llevaría mucho tiempo y espacio, así que optaré por centrarme tan sólo en una parte de la respuesta, aquella que tiene que ver con las emociones.
Neurólogos y psicólogos saben hoy que nuestras emociones intervienen en nuestra memoria, que la condicionan. O dicho de otra forma, que las emociones determinan en buena medida lo que recordamos y lo que olvidamos. Así que, como ya decía Freud, no hay memoria sin contexto emocional.
Dicho de otra forma, mientras aprendemos almacenamos en nuestra memoria (de forma simultánea) dos tipos de información: una de carácter externo y otra de carácter interno, tal como explico seguidamente, recurriendo en buena medida a elementos experienciales.
1) La información de carácter interno: el suceso acaecido, la experiencia vivida
Recordamos sonidos, olores, sabores, hechos, datos, experiencias, sensaciones. Y así, quienes tenemos una cierta edad y somos de pueblo, recordamos aquellas lumbres atizadas con carrasca, paja blanca o garrobaza, o el humear de las chimeneas de nuestra infancia. Los hornos donde se fabricaba el pan, los bollos de chicharrón y los bollos maimones. La fragua, el tejar o los pinares. Las noches serenas y estrelladas. Las tertulias a la fresca, sentados a la puerta de las casas, en las noches del tórrido verano. Las bodas y los bautizos, las muertes y funerales. La navidad, la semana santa, las fiestas patronales y el resto de festividades. La vendimia, las matanzas. La noche bruja de los reyes magos. Los campos, las huertas, las eras. El olor a alfalfa recién segada, o el sonido y olor, durante la trilla, de algarrobas, garbanzos, lentejas, trigo, centeno y cebada. Los moscardones y sartigallos, o las ballestas para cazar gorriones. Los renacuajos y ranas que poblaban nuestros charcos. El vuelo rasante de los arricángeles (vencejos) a la caza del gorgojo, las golondrinas y sus nidos sagrados, o las cigüeñas batiendo el mortero en la torre de la Iglesia. El tañido de las campanas, que marcaron las horas de nuestros días…
¡Tantos recuerdos..! Y todos ellos están ahí, almacenados en nuestro cerebro, en nuestra memoria de largo plazo. Son las experiencias vividas, los sucesos acaecidos, la información externa almacenada en nuestra memoria.
2) Información de carácter interno: la reacción emocional que me produce ese suceso, hecho o experirencia
Y junto a la experiencia vivida, el significado que le doy, el impacto que provoca en mí, las emociones, sentimientos y afectos que me despierta…
Así, por ejemplo, todos los datos, hechos, experiencias o sensaciones que acabo de rememorar en el párrafo anterior provocaron en su día emociones, sentimientos, afectos y vivencias. Es decir, nos impactaron emocionalmente de una u otra forma, y todas esas reacciones emocionales fueron también almacenadas en nuestro cerebro, en nuestra memoria. Y así, cuando recordamos, la memoria nos devuelve (utilizaré para explicarlo un ejemplo) no sólo la imagen del bollo de chicharrón, su olor, su sabor, su color, su textura, su forma, o cómo se fabricaba…, sino que nos devuelve también las emociones que experimentamos en el momento en que “lo aprendimos”, y por ello, junto al bollo de chicharrón emergen también las emociones experimentadas en aquellos momentos.
Cuanto más nos impacte un hecho, cuanto más afecte a nuestra existencia (positiva o negativamente), con más fuerza quedará grabado en nuestra memoria, en la que no sólo almacenaremos el hecho, sino también las emociones asociadas.
No obstante, buena parte de los hechos, sucesos o experiencias que nos afectan negativamente son eliminados de nuestra memoria gracias a la represión, tal como descubrió el psicoanálisis. Lo que sucede en estos casos es que el individuo encierra en su inconsciente (olvidándolos por completo en el plano consciente) acontecimientos o experiencias que por su carga emocional negativa le resultan intolerables. Tales acontecimientos y experiencias, que siguen vivos dentro de nosotros aún cuando no podamos acordarnos de ellos, serían una de las principales claves explicativas de la forma en que cada uno de nosotros funciona y se comporta.
Copyright José Emilio Palomero Pescador
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